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El ser humano es capaz de tomar decisiones en ambiente de incertidumbre, aunque nunca en su vida se hubiera encontrado antes en esas circunstancias. Esta es una de las mayores cualidades que poseemos, y la razón que ha llevado al desarrollo de la lógica difusa, que permite a los robots reaccionar ante situaciones nuevas y desconocidas. De ahí que extrañe tanto la tensión que hoy viven los estudiantes de bachillerato ante el desconocimiento de los modelos de las pruebas del examen de PAU (antigua selectividad), cuando deberían darse cuenta de que pertenecen a una especie animal especialmente dotada para enfrentarse a la incertidumbre. Esperemos que tengan suerte en sus exámenes, pero de momento estúdienselo todo, es lo mejor que pueden hacer.
Es lógico que en la juventud todas las experiencias se vivan con mayor intensidad. Aún se está en proceso de discernir lo urgente, lo importante, lo superficial o lo intrascendente. De ahí que baste muy poco esfuerzo para hacer saltar todos los resortes personales ante cualquier inquietud. En el caso que nos ocupa de la prueba de acceso a la universidad, debería ayudarse a los que van a realizarla para que estudien tranquilos, que aún queda mucho tiempo y conocimientos que adquirir. Porque no olvidemos que preparar a los jóvenes para su vida universitaria es dirigirlos hacia la cumbre del conocimiento, de la investigación y de la creatividad. Es decir, hacia horizontes dónde puede que nadie haya llegado antes y donde su escasez de prejuicios los llevará hasta límites realmente fascinantes.
La obsesión por la nota final, lógica ante el número de plazas disponibles para cada carrera, puede llegar a ser contraproducente con la vocación personal. Es habitual que muchos estudiantes dejen aquellas disciplinas que tanto les costó alcanzar cuando descubren que no son felices, e incluso algunos terminan carreras que después no ejercerán porque no ven su futuro en ellas. El problema es que no posibilitamos una segunda oportunidad que reconduzca sus vidas y permita seleccionar otras posibilidades. Por tanto, el modelo puramente numérico debe ser cuestionado, y complementado con una orientación personal, profesional y vocacional que hoy no se tiene en cuenta. Nunca deberíamos olvidar que los profesores formamos personas, y como bien nos aconsejaba el propio Aristóteles: “Educar la mente sin educar el corazón no es educación en absoluto”
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