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EL prólogo de Eduardo Jordá a El prestamista de Edward Lewis Wallant me convenció de comprar esta novela y Los inquilinos de Moombloom. A propósito de una anotación en el diario de Wallant -"¿Escribir sobre qué? La vida, la muerte, el amor, la responsabilidad, el misterio, Dios, la lujuria, el terror, la culpa, la compasión, la belleza…"-, que el escritor hizo mientras contemplaba con emoción a sus hijas sentadas en el césped del jardín, escribe Jordá: "Sin saberlo, ese día de octubre, en un diario que nunca continuó, […] E. L. Wallant estaba escribiendo la mejor definición de su obra. En vez de amoríos, intrigas profesionales, contratos suculentos y arrebatos de codicia, en vez del mundo brillante […], eligió lo que sabía en el fondo de su ser que era su única verdad. Si quería expresar lo que sentía, si quería controlar ese magma de emociones que le atormentaban, si quería salvarse del caos, tenía que centrarse en su propia vida y en las vidas de los que eran como él, y mirar por la ventana las hojas secas del jardín y a sus dos hijas que se comían un sándwich de jalea. Porque allí, en su propia vida y en la vida de la gente que vivía de un modo muy parecido a como él vivía, […] estaba todo lo que buscaba y todo lo que ahora encontramos al leer su obra: la vida, la muerte, el amor, la responsabilidad, el misterio, Dios, la lujuria, el terror, la culpa, la compasión, la belleza…".
Excusa lo extenso de la cita su interés. Al leer estas palabras vi cuadros de Chardin y de Fantin Latour, imágenes de Ozu y de Ford. Y oí el Male Rahamin, la plegaria por los muertos, que el rabino Shalom Katz cantó con tan conmovedora emoción cuando los nazis lo iban a ejecutar, que el oficial a cargo del pelotón le permitió huir. ¿Cómo resistirse? La compasión, ese invento que los judíos han aportado a la humanidad como los griegos aportaron la filosofía, empapaba según Jordá la obra de Edward Lewis Wallant.
Ya he leído tanto El prestamista como Los inquilinos de Moombloom. Una cosa lleva a otra. Nadie nace sabiendo. Todo se aprende. Gracias a un paseo me encontré con Wallant. Gracias a Jordá me fijé en él. Ahora lo tengo en el estante de mis queridos maestros americanos de la compasión, es decir, los escritores judeo-americanos como Bashevis Singer, Henry Roth, Philip Roth, Bernard Malamud o Saul Bellow. Mi agradecimiento a Jordá por ello.
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