La Rayuela
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Las conclusiones recogidas durante este dantesco verano sobre cuñadismo forestal se resumen en dos conceptos que explicarían la proliferación de los grandes incendios: abandono de las zonas rurales y proliferación de la maleza. La España vacía, término acuñado por el zaragozano Sergio del Molino en un ensayo con secuela, ha sido una invención léxica de gran éxito, acertado en cuanto a la descripción, aunque se viene empleando como causa general para cualquier discusión: lo mismo vale para enmendar las instalaciones de energía fotovoltaica que para criticar las macrogranjas de cerdos o analizar el precio de las viviendas en el centro de las grandes ciudades. Un cajón de sastre. Su repercusión en los incendios forestales es más que dudosa, o neutra. O con matices. Hace cuarenta años, cuando el campo estaba más poblado, se recurría al fuego como espoleta de todas las tensiones rurales, aunque la melancolía nos lleve a pensar que aquello era poco más que un paraíso pastoril. Vivaldi no sonaba al amanecer.
Al monte se le pegaba fuego por casi todo: por venganza contra la propiedad por impedir el rebusco, por furtiveo, por celos, por avaricia y para eliminar el matorral y generar pastos en el otoño. Se quemaba eso, y lo de al lado. Es indudable que la ganadería extensiva ejerce de cortafuegos, pero también que hay muchas sierras andaluzas que hace 40 años sólo lucían rocas desnudas y que hoy están tapizadas de vegetal. Cuando se dejó de quemar como costumbre casi todos los años, primero aparecieron manchas verdes, el matorral se extendió, dio cobijo a los primeros árboles y, después, éstos crecieron en lo que es una evolución natural de los montes y bosques.
Esto nos lleva a la otra conclusión fallida, quizás la peor: la que señala como causa a la suciedad de los montes. La maleza es un concepto tan erróneo como el de alimañas. Hay meloncillos, hay zorros, garduñas y linces, pero no alimañas, y el matorral no es malo de por sí porque no nos guste desde un punto de vista estético. Otra cuestión es que haya carriles de acceso, caminos expeditos y cortafuegos, pero la naturaleza no es un tumor que genera materia vegetal por error. Es un sesgo de pensamiento humano parecido al de culpar a los ríos de tirar agua al mar. Es el ciclo natural, el que permite la lluvia y el enriquecimiento de los caladeros.
Los incendios forestales han dado un salto porque hay más vegetación, pero su solución no puede ser la deforestación anterior, porque las temperaturas son extremas y porque las zonas de contacto entre el monte y las urbanizaciones son mayores. Es tan complejo y tan grave que ya no sólo es un problema medioambiental, sino de protección civil. Menos clichés.
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