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Soy español, a qué quieres que te gane”. Es una frase de otra época, cuando lo viral surgía desde Facebook y este país vivía un cúmulo de éxitos deportivos como el Mundial de Fútbol de 2010. Pero sobre todo había un héroe que le puso el apellido triunfal a la marca España. Un joven con melena y pantalones repegados que derrotaba sin complejos a grandes maestros del tenis y empezaba a acumular títulos de Grand Slam.
Desde que muchos españoles vimos jugar por primera vez a aquel adolescente llamado Rafa Nadal en la eliminatoria de Copa Davis de 2004 hasta su retirada el martes en Málaga han pasado dos décadas, que son una eternidad para cualquier deportista y el tiempo suficiente para convertirse en el símbolo de la transformación de un país, su sociedad y hasta el mundo que nos rodea.
Aquella España que debutaba en el siglo XXI era la del milagro económico. Con todo el desparpajo y sin miedo a la caída, empezamos a creer que todo era posible. Nuestro joven tenista desafiaba (y ganaba) a los grandes del circuito y su facilidad para imponerse iba en correlación a nuestra pompa productiva, consumista y financiera. Pero a diferencia de todo esto, aquella efervescencia del que posiblemente sea el mejor deportista español de todos los tiempos, tenía un sustento sólido que se escondía detrás de las camisetas sin mangas de colores imposibles. Se había forjado sobre una educación deportiva y humana cargada de valores y sacrificio. Esto le sirvió para afrontar las primeras lesiones, que no tardaron en llegar, y a jugar y ganar con dolor.
Los españoles descubrimos también las dificultades del camino, que no hay milagro sin dolor y que sólo aguanta en la brecha el que lucha, y además tiene armas conseguidas con mucho trabajo. Los últimos títulos del mallorquín, contra pronóstico por su edad y su salud, han sido quizás los más sorprendentes y admirables. Pero la épica tiene sus límites y Rafa no ha podido consumar la retirada soñada, con medalla olímpica y Copa Davis. Además, perdió su último partido y lo hizo frente a un holandés, frío e implacable, como aquellos que nos invitaban a ajustarnos el cinturón para compensar lo derrochones que fuimos en el tiempo de comprar los pisos financiados al 110%.
Rafa lo dijo el martes, los finales de película no existen y él sabe que ya no es su momento. Hace tiempo que el trono es para otro tipo de líderes: témpanos, potentes, fanfarrones, explosivos y directos. Así es nuestro mundo ahora.
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