La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
La aldaba
España despierta del letargo. Por fin todos los habitantes del reino sabemos que existe una ministra de Turismo gracias a la gran verdad, tan cierta como inoportuna, que dijo ayer la señora Reyes Maroto, titular de la cartera. El volcán será más pronto que tarde un reclamo turístico que tal vez convierta la isla de La Palma en nuestra particular Pompeya. Maroto es uno de esos personajes grises, anodinos, con menos impacto que el pescado en blanco, que revolotean por los alrededores de un presidente del Gobierno que admite que le hagan sombra lo justito. La ministra ha dado en el clavo porque vivimos en la era de los turistas, que no de los viajeros, y del consumo de experiencias, que no del conocimiento preciso del porqué de las ciudades, los monumentos, las tramas urbanas, los templos, etcétera. Para el turismo de masas, Salamanca es la ciudad de la plaza mayor y de la ranita. Durante años, por ejemplo, resultaba desolador comprobar la cantidad de visitantes de la Catedral de Sevilla que sólo querían ver el altar donde se casó la infanta Elena. Por eso La Palma será más pronto que tarde el destino de neogeólogos con ganas de hacerse un selfie. Como lo dice la ministra, ¡a por ella! En España se lincha la mar de bien, casi tan bien como se tutea. La señora, ingenua e inconsciente, se hizo un lío por la carencia de sentido de la oportunidad. Con sus declaraciones radiofónicas a Jesús Vigorra ha sido el espejo fiel de una sociedad que tiene amortizada la tragedia, que pasa de Cuba a Haití pasando por Afganistán y después se mete en el incendio de Málaga y en la lava de La Palma con una facilidad y una rapidez pasmosas. Es tal el descaro, cuando no el desahogo, con el que vivimos hechos preocupantes y dramáticos que ni la legión de asesores y expertos en opinión pública que moran en los ministerios han podido preparar a la ministra para que no se salga de dos o tres ideas claves y sensatas, máxime cuando el propio Pedro Sánchez se desplazó con rapidez hasta el lugar de los hechos. Quizás los gurús de la comunicación política tengan cada vez más difícil preparar a sus jefes en la recuperación del sentido común, la responsabilidad, la mesura y la oportunidad. La avalancha de las redes, la proliferación de personajes que viven del ejercicio de la influencia exprés y otros fenómenos provocan que sea difícil que una ministra se limite a dar un mensaje de calma. Los niños, los borrachos y los ministros dicen la verdad. Esta señora dijo lo que miles de personas pensaban en sus casas. Y se metió en su particular volcán.
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