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Curioso: el Gobierno ha fracasado o está fracasando en todos los relatos con que edulcora la realidad y sacraliza sus políticas. Cada realidad adversa lo es menos si se cuenta y se explica con las dosis precisas de autojustificación, manipulación y superioridad moral (ya saben, el Bien contra el Mal o El Lado Correcto de la Historia).
Pedro Sánchez es un maestro del relato, pero ya no cuela. Nadie se cree sinceramente que la amnistía a los golpistas catalanes, como antes la eliminación de la sedición o la financiación singular, se hayan decidido para lograr la pacificación de Cataluña y no por la necesidad de la docena de votos de Junts y ERC en el Congreso. Nadie –ni los que lo idolatraron en Sevilla– piensa en el fondo que los comisarios europeos designados por la italiana Meloni y el húngaro Orbán hayan dejado de ser de ultraderecha, sino que han sido respaldados por los socialistas españoles para que Teresa Ribera sea vicepresidenta de la Comisión. Nadie acepta de veras la mentira mil veces repetida de que Pedro Sánchez ganó las elecciones de 2023 –ni municipales, ni autonómicas ni generales–, porque todos saben que las perdió y que enseguida desvió la culpabilidad del desastre en las urnas a los líderes territoriales, a todos menos a sí mismo. Nadie ignora la gravedad de una situación en la que el hombre que llegó a la Moncloa para limpiar de corrupción a la política española dominada por Mariano Rajoy tenga imputados por presunta corrupción a su mujer, su hermano, su ex número dos y su Fiscal General. Nadie considera en serio que estas acusaciones no contengan un ápice de verdad, sino que son fruto de una conjura de jueces reaccionarios –la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, por ejemplo– y periodistas desafectos y embusteros, dispuestos a todo para enfangar y hundir al timonel del gobierno más progresista de la Historia, ejemplo y guía para todo el progresismo europeo.
Exagero con lo de nadie. En realidad muchos españoles comulgan con esas ruedas de molino, o fingen comulgar. Entre un 25% y un 30% de la población adulta. Pertenecen a tres grupos: los que viven del poder y su entorno (varios miles), los militantes y simpatizantes que siempre votarán a su partido por razones sentimentales o ideológicas, lo dirija quien lo dirija, muchos que se resignan a seguir apoyándolo porque la alternativa les parece aún peor y otros muchos a los que la economía les va bien. De estos últimos hablaremos mañana.
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