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Quizás se debería entrevistar menos y de manera más sobria a los voluntarios. Quizás se debería entrevistar más a las víctimas y sus denuncias sin incurrir en sentimentalizaciones con música de fondo bajo la excusa, como sucede con los voluntarios, del testimonio humano. Quizás debería entrevistarse más a los políticos nacionales, autonómicos y locales para ir esclareciendo por qué no se han hecho las obras programadas que debieron hacerse hace años, por qué las alarmas se dieron demasiado tarde y por qué las descoordinaciones han agravado lo grave y hecho más trágica la tragedia; y si los políticos lo evitan, si comparecen sin preguntas, si aprovechan sus comunicados para atacarse unos a otros, presionarlos, denunciarlos, perseguirlos cámara y micrófono en mano con la misma determinación con la que lo hacen los reporteros del corazón con los famosos y famosetes. Quizás los programas del corazón no deberían tratar esta tragedia. Quizás los medios no deberían seguir el mal ejemplo de los políticos y utilizar la información y la opinión como arma sectaria disculpando a unos y acusando a otros. Quizás –quizás no: seguro– debería evitarse poner música sentimental de fondo a las imágenes de la tragedia hasta en los informativos.
Es muy difícil informar rigurosa y respetuosamente –sin espectacularización y sentimentalización– de una tragedia de esta magnitud, en la que tantas historias humanas de sufrimiento y generosidad se entrecruzan. Pero es el reto profesional mayor al que la información se enfrenta. A una reportera, mientras la cámara enfocaba los trabajos en el aparcamiento del centro comercial, le pidieron los rescatadores que no sacara planos próximos porque en cualquier momento podría aparecer un cadáver. Obedeció. Pero lo ideal es que no hubiera sido necesario que se lo dijeran.
Quiero recordar la figura pionera en España del profesor e investigador Mariano Cebrián Herreros y sus estudios sobre esta cuestión (La información en televisión. Obsesión mercantil y política, por ejemplo). Afortunadamente algo se aprendió de aquel punto negro de la canallesca conversión del dolor en espectáculo conocida como la noche de Alcácer, el 27 de enero de 1993. Nada tan abyecto se ha vuelto a repetir en la televisión. Pero cuando el mal refluye siempre ha ganado algo de terreno. Y sobra sentimentalización con música de fondo en el tratamiento televisivo de esta tragedia.
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