Años inolvidables
Ángel Valencia
Un nuevo pacto social
En la última columna del año prefiero hablarles de un desafío que la política tiene por delante en 2025. Hace tiempo que vivimos una crisis de representación y la relación entre capitalismo y democracia no vive, precisamente, momentos de esplendor.
Sobre la crisis de la representación ha escrito acertadamente Ignacio Sánchez Cuenca cuando afirma: ‘Es preciso tener en cuenta que nos encontramos en medio de una crisis generalizada de los agentes de intermediación en multitud de esferas sociales, incluyendo, por supuesto, la política. La confianza en los dos intermediadores políticos fundamentales, partidos y medios de comunicación, está por los suelos. La gente busca alternativas (consumiendo y compartiendo información en las redes sociales, votando a candidatos que prometen una política distinta, basada en una relación más directa o inmediata entre los ciudadanos y los políticos) porque considera disfuncionales los mecanismos tradicionales de representación de intereses y las formas clásicas de debate público organizadas en torno a la prensa. Al fin y al cabo, estamos hablando de un modelo de organización política que se inventó a finales del siglo XVIII y que ha sufrido pocas modificaciones desde entonces. No sabemos hacia dónde nos conduce una democracia sin los intermediadores habituales; de momento parece que nos asomamos a un precipicio”. La compatibilidad entre democracia y capitalismo tuvo su época dorada con el fin de la Segunda Guerra Mundial. El capitalismo democrático unió a conservadores, liberales, socialistas y comunistas alrededor de un contrato social en que todos aceptaban un sistema económico capitalista a cambio de un sistema democrático que ampliaba la democracia, gracias al Estado de Bienestar, que se convertía así en el núcleo de los avances sociales. Este pacto social puso a la economía al servicio de la ciudadanía e produjo unas sociedades de clases de medias. Sin embargo, la democracia y el capitalismo son una pareja inestable que depende de una negociación constante entre los derechos sociales y los beneficios empresariales.
Durante bastante tiempo, la socialdemocracia fue la alternativa política que más contribuyó a sostener en Europa este capitalismo democrático. Sin embargo, como ha afirmado Lea Ypi: ‘Desde finales de los años setenta los partidos socialdemócratas clásicos empezaron un declive, en parte porque constreñidos por fuerzas económicas estructurales y en parte por sus virajes ideológicos, se alejaron de la idea de representar a los ciudadanos sobre la base de la clase y de las vulnerabilidades económicas. Abrazaron la idea de que “no hay alternativa”, una mentalidad que condujo al colapso ideológico y social de la izquierda. Adoptaron políticas centristas que priorizaban soluciones impulsadas por el mercado. Este cambio ideológico marcó un retroceso en la atención a las inequidades sistémicas y dejó a las clases trabajadoras sintiéndose no representadas”. Además, en los últimos años, parece haberse declarado la ruptura del contrato social: las desigualdades sociales crecen, el Estado de Bienestar se deteriora, las clases medias pierden y los salarios reales no alcanzan la inflación. Pensemos y hagamos un nuevo Pacto Social. Es, sin duda, una de las labores políticas del siglo XXI. Eso me gustaría, entre otras cosas, como deseo para el año político 2025.
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