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La ciudad y los días
En una entrevista tras la publicación de su última obra, “Los nuevos leviatanes” (Editorial Sexto Piso), el para unos lúcido y para otros pesimista John Gray advierte: “La situación actual en el mundo se parece más a la de antes de la Primera Guerra Mundial que a cualquier otra cosa, una reanudación de los conflictos, tanto nacionalistas como ideológicos... Después de la Primera Guerra Mundial, Europa cayó en la anarquía y la dictadura, con genocidios terribles… Lo que está en juego es la civilización, que es algo raro y frágil, y podría extinguirse… La Europa burguesa que colapsó entre 1914 y 1918, era mucho mejor que la que siguió, la de los genocidios, el comunismo y las limpiezas étnicas”.
Si es una tontería creer que cualquier tiempo pasado fue mejor, también lo es creer que cualquier tiempo presente es necesariamente mejor. Solo en la ciencia es evidente el progreso como avance sostenido a lo largo del tiempo. En las humanidades y las artes no es así. Sería tan absurdo pedir que nos operaran hoy con los medios que la medicina tenía hace siglos como considerar superado lo pensado y creado a lo largo de la historia por lo último publicado, escrito, pintado o compuesto. Superados están los métodos del en su día famoso cirujano oftalmólogo John Taylor, pero no las composiciones de Bach y Händel a los que dejó ciegos. En lo que a la noción general de progreso como imparable avance y perfeccionamiento de la condición humana se refiere, hay que admitir avances y retrocesos.
La utopía del progreso lineal quedó rota en 1945 por dos hechos sin precedentes que se resumen en tres nombres, Auschwitz, Hiroshima y Nagasaki. No solo por su crueldad, sino por ser resultado de la aplicación de la racionalidad y la ciencia a la destrucción. Los nazis aplicaron la lógica de la producción industrial más avanzada al exterminio rápido y eficiente de los judíos con la creación de los campos de exterminio como fábricas de la muerte. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki fueron una cumbre de la ciencia que sumaba, desde Einstein a Oppenheimer, los logros de algunas de las mentes más poderosas del siglo XX. Y no se olvide que el germen de los totalitarismos del siglo XX y la Segunda Guerra Mundial estuvo en la Primera y que, como recuerda Gray, la Europa que colapsó entre 1914 y 1918 era mucho mejor que la que siguió. Ni todo tiempo pasado es mejor ni todo presente mejor.
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