Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Retornados a la nueva normalidad que conlleva el fin de las vacaciones, el Gobierno ha retomado los trabajos para aprobar los presupuestos de 2021 con la inestimable oposición de su vicepresidente. Pablo Iglesias ha declarado que la Moncloa tiene la obligación de conseguir el sí de los partidos que apoyaron la investidura. Lo cual es lógico y puede que, desde una perspectiva de izquierdas, hasta deseable; aunque no deja de ser una aberración estratégica en el comienzo de cualquier negociación. Que evidentemente no llevará él (al menos por el lado del Gobierno y aunque se siente en ese lado de la mesa), porque, como dijo don Vito Corleone a su hijo Sonny, "nunca digas lo que piensas a alguien fuera de la familia". Claro que tampoco Iglesias y Sánchez se quieren precisamente como hermanos.
Después de una primera ronda de contactos, Ciudadanos ha mostrado al presidente su predisposición a negociar para "minimizar el impacto político" de Podemos en el Gobierno, que prefiere negociar con ERC antes de hacerlo con ellos. Con Esquerra negándose por su parte a hablar con los naranjas, el círculo de la indisposición al diálogo se cierra dejando fuera al PP, que directamente se ha salido porque no tiene nada que hablar con un gobierno en el que participa un partido que aspira a establecer una república en España. Aunque esto no sea lo que se discuta ahora y por mucho que el vicepresidente del Gobierno no pierda la oportunidad de recordarlo cuando le preguntan por cualquier otra cosa como los próximos presupuestos.
Con una situación económica más que precaria y una segunda ola de Covid-19 que amenaza con pasarnos por encima, alcanzar un mínimo acuerdo para el año que viene es un anhelo generalizado. Acuerdo que solo puede surgir de un ejercicio de transparencia extrema del gobierno, la renuncia a las posturas maximalistas de todos los partidos políticos implicados y cierta relajación en la disputa por el poder. El liderazgo de los próximos meses no consistirá en llevar las ascuas de los presupuestos a tus sardinas, sino ser capaz de lograr el máximo consenso posible, aun a sabiendas de que no son los que habrías hecho con una mayoría absoluta. Lograr esta meta no significa que te de igual ocho que ochenta. Supone entender que, en una situación como esta, un mínimo de consenso es tan imprescindible como necesario. Vincularlos al debate de la plurinacionalidad tampoco ayudará.
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