La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
El principal problema del PP no es, evidentemente, Venezuela, ni su incierto acuerdo electoral con C's ni la coalición de izquierdas que gobierna; su principal problema se llama Vox, ese hijuelo que le creció por su parte derecha hace años, al que al principio no se le dio mucha importancia y que poco a poco, elección tras elección, sigue creciendo y minando su propio espacio sin que por ahora se conozca cuál puede ser su límite. Y el problema es mayor porque a estas alturas la dirección del partido conservador no parece tener un criterio fijo sobre cómo encarar este fenómeno. Según los momentos y las campañas pasa de un tratamiento casi fraternal con este nuevo partido, imitando sus comportamientos y discursos, a una actitud más hostil, tratando de poner en valor las diferencias, distanciándose de él e intentando arrinconarlo en la extrema derecha. Pero tanto unos como otros son movimientos tibios, sin mucha firmeza ni convicción. Ni siquiera territorialmente acierta a tener una posición unánime: mientras en algunas comunidades acepta las pretensiones del partido de Abascal, como en Murcia, en otras, como en Madrid, parece no admitir algunas imposiciones.
Esta falta de criterio estable parece tenerlo paralizado, sin encontrar la respuesta precisa. Esta posición es la que explica la actual actitud del PP en sus relaciones con el Gobierno y su negativa a llegar algún tipo de acuerdo con Pedro Sánchez. Por un lado, le gustaría ser el partido de gobierno que trata de encontrar acuerdos de estado con el ejecutivo y tranquilizar así a su propio electorado, pero por otro siente el miedo de parecer débil y dejar demasiado campo a la crítica dura que normalmente Vox emplea contra ellos. Este miedo es el que le han impedido a Pablo Casado, en su último encuentro en la Moncloa, aparecer como un dirigente centrado y responsable, capaz de suscribir acuerdos para permitir el funcionamiento institucional del país, cumpliendo así su obligación constitucional de facilitar la renovación de órganos como el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Constitucional o el Defensor del Pueblo, sin que ello signifique prestar conformidad a políticas concretas de la acción de gobierno. El error está en abandonar sus propias responsabilidades y negarse a aparecer como un partido de estado con tal de no sufrir las críticas aseguradas de Vox que, en cualquier caso, siempre jugará con ventaja en el campo de la oposición cerril, brutal y sin matices al actual gobierno de España.
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