La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
En tránsito
Nuestra terca realidad parece empeñada en darnos la razón a los que defendemos –y somos bastantes– que España no es en absoluto ese país cool y sofisticado y cosmopolita que nos quieren hacer creer los propagandistas de la prensa del Régimen, sino ese sórdido país galdosiano de opositores y chupatintas y pobres diablos que se buscan la vida mendigando como sea un carguito oficial y un enchufe en cualquier sitio. Pensemos, por ejemplo, en lo que ha pasado con las recientes oposiciones a RTVE, que han tenido que ser suspendidas porque algunos listillos (todo indica que sindicalistas) filtraron algunas preguntas del temario a algunos opositores. El caso es realmente bochornoso –por decir algo–, pero por alguna razón no se le ha dado demasiada importancia entre nosotros. Es como si todos diéramos por supuesto que siempre va a haber alguien que se aproveche de una posición de privilegio en la Administración para enchufar a alguien.
Si realmente han sido sindicalistas de RTVE los que han filtrado las preguntas del examen, los culpables deberían recibir un castigo muy serio y ser como mínimo inhabilitados y expulsados del trabajo. Por supuesto, nada de eso ocurrirá. Los funcionarios públicos de nuestro país viven protegidos por una especie de inmunidad laboral permanente, y salvo el caso de que cometan un acto de canibalismo o pongan una bomba en un organismo público (o privado), no van a ser responsabilizados de nada de lo que hagan (cuidado: no incluyo en esta categoría a nuestros médicos y profesores, que están expuestos a toda clase de abusos por parte de pacientes y alumnos). Pero los demás empleados públicos –sobre todo los que podríamos denominar funcionarios de ventanilla– gozan de una inmunidad inaudita. Si hacen mal su trabajo, si desaparecen sin dejar rastro (pero cobrando la nómina), si se niegan a atender con amabilidad a los pobres desgraciados que acuden a realizar un trámite, nadie les pedirá cuentas ni les impondrá una sanción. En absoluto. Y eso ocurre en el país donde todos los días se nos repite que debemos pagar más impuestos para garantizar la calidad de los servicios públicos. Déjenme que me ría. Esperen y verán lo que va a pasar con esos sinvergüenzas que filtraron las preguntas en RTVE. Me apuesto lo que quieran a que no les pasará nada. Nada. ¡Sí señor, la dignidad de lo público!
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