
En tránsito
Eduardo Jordá
Un carrerón
Europa ha vivido demasiado tiempo en una burbuja ideológica, creyendo que la historia había terminado y que la paz era un derecho adquirido. Pero ahora, con el regreso de Trump y la guerra en Ucrania, la realidad ha vuelto de golpe. El pánico se ha instalado en las élites europeas, que han pasado de predicar la cooperación y la diplomacia a apostar por el rearme y la confrontación con Rusia, como si realmente tuvieran alguna posibilidad en un conflicto contra un país con 6.000 cabezas nucleares.
Lo más sorprendente no es la amenaza rusa en sí, sino la histeria con la que se está afrontando. Durante años, en Bruselas y en las capitales europeas se ha promovido una agenda basada en la corrección política, la transición ecológica y la desmilitarización, despreciando cualquier discurso que hablara de patriotismo, soberanía o realismo geopolítico. Ahora, de repente, los mismos que miraban con desdén a quienes advertían de la fragilidad del sistema internacional han decidido que es hora de gastar miles de millones en defensa y preparar a la población para una confrontación directa con Moscú.
Pero lo más absurdo de todo es la alucinación de que Europa podría enfrentarse a Rusia con posibilidades reales de victoria. La guerra en Ucrania ha demostrado los límites del poder militar occidental, y sin la ayuda de Estados Unidos, la capacidad de Europa para sostener un conflicto prolongado es prácticamente nula. Aun así, se siguen repitiendo discursos vacíos sobre la necesidad de “plantar cara” a Rusia, como si la voluntad bastara para compensar la falta de recursos y de preparación militar.
El discurso de J.D. Vance en Múnich dejó clara la postura de los republicanos trumpistas: Estados Unidos no va a seguir protegiendo a Europa indefinidamente. Para ellos, la prioridad es su propio país, no defender a un continente que, durante décadas, ha vivido bajo el paraguas de la OTAN sin preocuparse realmente por su seguridad. Este mensaje ha caído como una bomba en Bruselas, donde aún se aferran a la idea de que Washington no puede abandonar su papel de guardián del orden mundial. Pero la verdad es que Europa ya no puede seguir escondiéndose detrás de Estados Unidos y esperando que otros resuelvan sus problemas.
El trumpismo no solo ha cambiado la política americana, sino que ha supuesto un golpe moral para Europa. Durante años, se ha demonizado cualquier postura que cuestionara la narrativa progresista dominante, tachando de populista o reaccionario a cualquiera que hablara de identidad, soberanía o defensa propia. Ahora, con el miedo al vacío estratégico que dejaría la retirada estadounidense, esos mismos conceptos están resurgiendo en los discursos oficiales, aunque aún con muchas contradicciones.
Europa se enfrenta a una disyuntiva: o asume su propia defensa con una estrategia realista o sigue atrapada en la paranoia y la improvisación. Lo que está claro es que el tiempo de las ilusiones ha terminado y la factura de años de autocomplacencia está llegando con intereses.
También te puede interesar
En tránsito
Eduardo Jordá
Un carrerón
La ciudad y los días
Carlos Colón
Sánchez Poppins
El balcón
Ignacio Martínez
Poca vivienda y mucho ‘show’
Por montera
Mariló Montero
Spam