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Ignacio F. Garmendia
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No falla: resultaba evidente que la intervención en el desmadre de los patinetes, con la retirada de los ejemplares abandonados a su suerte en medio de las aceras, la habilitación de zonas de estacionamiento exclusivamente para estos vehículos y la aplicación de sanciones a las empresas que se saltaran las normas entrañaba no pocos réditos de cara a las elecciones municipales, así que el Ayuntamiento se puso manos a la obra; ahora, pasadas las elecciones y con los equipos de gobierno ya en sus puestos, volvemos a tener patinetes hasta en la sopa. Es significativo que si hace poco más de un mes algunas firmas del sector anunciaban que dejaban de operar en Málaga ante las restricciones impuestas, ahora son otras las que toman la delantera para llevarse aquí su porcentaje de un negocio que, si las trabas municipales no son demasiadas, se promete espectacular. Así que basta dar un paseo desde Fuente Olletas hasta la Plaza de la Marina, pasando por la Trinidad o por Pedregalejo, tanto monta, para comprobar hasta qué punto los patinetes vuelven a ser un problema, tirados de cualquier forma, obstruyendo el paso en las aceras, anclados o derribados en las mismas puertas de la viviendas, abandonados en cualquier jardín que quede a tiro y hasta impunemente olvidados en la arena de la playa. A uno le gustaría pensar que una ciudad que se tomara en serio a sí misma no iba a permitir semejante desastre, pero de ser así no podríamos hablar de Málaga. Porque la cuestión no es que estos patinetes molesten ni que estropeen el paisaje, sino que dificultan el paso a personas mayores o con dificultades de movilidad y a cualquiera que lleve un carrito o transporte cualquier cosa. Por no hablar de que aquella limitación de velocidad reducida a 10 kilómetros por hora, así como la circulación obligada en determinadas condiciones, son tomadas sistemáticamente por el pito del sereno y hay que andarse con diez ojos en la cara a poco que uno ponga el pie en la calle.
Y resulta triste tener que venir con esto ahora, pero cabe recordar que la circulación libre, sin obstáculos y sin temor a ser arrollado, es un derecho que no admite réplicas ni puntualizaciones, mientras que el uso del patinete es un capricho. Como tal, cualquiera puede utilizarlo, desde luego, pero ateniéndose a la prevalencia del derecho. Si éste se vulnera, el disfrute del capricho queda comprometido ipso facto. O debería. Sin embargo, no pasa nada: puedes dejar un patinete tumbado de un extremo a otro de la acera y a quien se le ocurra pasar tendrá que saltarlo o bajar a la calzada. Ya se sabe que cuando lo que gobierna no es la política, sino el marketing, quedan abiertas las puertas a los pequeños tiranos, y desgraciadamente de éstos tenemos demasiados. Que no haya manera de arreglar esto significa que Málaga ha perdido el norte, que anda ensimismada con cuentos de nunca jamás mientras es incapaz de solucionar lo del día a día. Y da pena, sí. Por no decir rabia.
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