13 de septiembre 2024 - 03:08

Parece ser que en el país donde vivimos (léase España) debe reinar lo caótico, lo imprevisto o lo anárquico. Aquí todo se lleva al extremo. Todo ha de ser blanco o negro. No se admiten matices, ni gradaciones, ni escalas, ni por supuesto nadie realiza ninguna autocrítica. Sigo oponiéndome a la polarización de todo y a reivindicar un pensamiento discrepante, autocrítico (para todo el mundo) y opuesto al perspectivismo.

La turismofobia puede suponer que arrojemos piedras sobre nuestro propio tejado, ya que por desgracia nuestra principal fuente de ingresos es precisamente el turismo. Nos han educado tradicionalmente (familia y estado) para conseguir una paga de funcionario o abrir un bar o cafetería. Esto es así básicamente. La cultura del emprendimiento/empresarial ha sido y es paupérrima. Andalucía especialmente es una región de servicios. Y España en general también. De hecho existe un enquistado déficit en la balanza comercial y la deuda pública es realmente escandalosa. El turismo y el transporte público deberían constituir un único ministerio o estar emparentados, eso para empezar. Se necesita una mayor regulación de las viviendas turísticas. No es de recibo que unos pisos turísticos paguen sus impuestos y otros cobren en B y no aporten nada al fisco. Estos últimos son los que sobran en todo caso. Lo mismo que el top manta. Mucha gente no ve con buenos ojos que los que comercian paguen al ayuntamiento y otros se lo lleven todo limpio. Hay que regular todo esto. Regular no implica prohibir.

Por otro lado, hay un sector amplio que se opone a la migración. Habría que matizar: a la inmigración descontrolada. Es cierto que España necesita mano de obra que sostenga lo público y que asegure el futuro de las pensiones y de la Seguridad Social. Pero como somos un país con ausencia de normas y las que hay no se cumplen, esos pobres muchachos llegan a borbotones por las costas e islas poniendo su vida en peligro en esos cayucos de mala muerte, alimentando a esas grotescas mafias de migrantes y luego, cuando llegan enfermos o exhaustos, los recogen como si fueran botellines y los dejan solos para que vaguen sin rumbo y con un futuro precario e incierto. Los países de origen y el nuestro deberían firmar convenios y regular seriamente todo este despropósito. Y pienso también en el valor de esas madres y padres que sueltan a sus hijos menores (nunca hijas) para que se busquen la vida o mueran en el intento.

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