La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
Resultan bien ilustrativas las reacciones que en los distintos ámbitos se han ido sucediendo tras el anuncio por parte del Gobierno de indultar a los encargados de culminar el procés por la vía unilateral. El agravio ha adquirido el volumen suficiente para la reedición de la foto de Colón, por más que Vox juegue ahora a torpedear al PP con Andalucía como campo de tiro. Y, por otra parte, como suele, el episodio catalán, más largo y pesado ya que la Muralla China, rompe las costuras de la izquierda en sus particulares contradicciones y enfrentamientos. Tiene razón el Gobierno cuando defiende la naturalidad del indulto como instrumento disponible para la consecución de un objetivo político deseable y, más aún, necesario. Sin embargo, el quid de la cuestión no está aquí tanto en el indulto en sí como en el modo en que su utilidad ha sido expuesta, defendida y argumentada ante la ciudadanía; es decir, en qué modo el poder político considera a la misma un sujeto mayor de edad o, por el contrario, una criatura infantil e inocente a la que se puede convencer de lo que en realidad no piensa con chucherías y lacitos de colores. De entrada, el Gobierno afirma que la medida contribuirá a mejorar la convivencia en Cataluña, un punto que la derecha, la Generalitat y hasta el entorno de Puigdemont niegan categóricamente. Ajá.
La cuestión es que el Gobierno no ha explicado cómo los indultos obrarán ese milagro. No se han expuesto las razones, los motivos, los planes ni las consecuencias. Sánchez se ha limitado a enarbolar una retórica utópica y catequética que, en realidad, se ajusta poco al caso: la ciudadanía sabe de sobra que los frutos de la concordia son mucho más beneficiosos que los de la venganza, de verdad, hasta ahí llegamos; otra cosa es que resulte apropiado tachar de venganza una sentencia del Tribunal Supremo, porque, por lo mismo, habría que calificar a todo el sistema penitenciario español de vengativo. Puigdemont, que ha demostrado en la configuración del nuevo Govern que sigue pinchando y cortando más de lo que muchos apostaban, rechaza el indulto por cuanto tiene de gesto de perdón del señor hacia el vasallo, al cabo una demostración de quién tiene la sartén por el mango (aquello que contaba Oskar Schindler en la película de Spielberg). Es decir, que la concordia que cabe esperar de la medida es más bien poca. Por bonito que quede el discurso.
Claro, ya le resultaría engorroso a Sánchez hablar a la gente a la cara y admitir que quiere congraciarse con sus apoyos esenciales sin que terminen de echarlo a los lobos. Difícil tarea diplomática la suya. Suerte.
También te puede interesar
La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
´¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Lo último