El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
Luces y sombras
SIEMPRE recordaré con qué ilusión infantil nos mostró una vez unas hojas de un árbol que se habían posado sobre la tumba de Beethoven en Viena y que guardaba celosamente. O su manía de levantarse a las 6:40. A esa hora, decía, llegaba el Orient Express a París. La música y los trenes, dos de sus grandes pasiones. Una tercera era el Barcelona y algún disgusto me costó con él. Difundí que el día de la presentación del PTA en Sevilla él se hallaba en Wembley viendo la final de la Copa de Europa que ganó su equipo en 1992.
Tampoco me perdonó, entonces, que una entrevista que me concedió en la Ser de Málaga alcanzara un impacto regional y acabara publicada por Diario 16Andalucía. "Nunca me subiré al carro de los alcaldes mendicantes de la Expo 92", aseguró un Pedro Aparicio en esencia pura y en plena polémica por los futuros fastos en Sevilla. Pensaba que aquel testimonio quedaría circunscrito al ámbito local.
Si a ello le sumamos que cada vez que Málaga se quedaba sin agua tras tres días de lluvia, yo rescataba con sorna en los informativos su eslogan de "Málaga, la capital del sur de Europa". O que contaba las calles que se podían acerar con el dinero destinado a los fuegos artificiales de la Feria, no hace falta adivinar que durante muchos años no figuré entre sus informadores más preferidos. Amén de defender que su último mandato le sobró.
Pero mi visión periodística, propia de la juventud, varió radicalmente con los años. Llegué al convencimiento de que Aparicio tenía en su cabeza un proyecto para convertir Málaga en una gran ciudad y que fui injusto con su labor en muchas ocasiones, al quedarme sólo en el hoy y no en ese mañana que nos permitió avanzar. Como así sucedió gracias a sus ideas.
Hace cinco años escribí un artículo que ahora reproduzco. Evito así la costumbre de ensalzar a alguien sólo cuando fallece. Era el 26 de abril de 2009. Lo leyó y le gustó. Pero me negó la escena de los abucheos. No le repliqué. Aunque mi memoria dice que sí pasó. La relación era muy cordial desde hace tiempo. De nuevo, su habitual saludo con un "mi niño", cuando nos encontrábamos. El artículo se titulaba Aparicio.
"Nunca podré olvidar su imagen aquella mañana. Bajaba solo los escalones de la entrada principal del Ayuntamiento, acompañado de los abucheos del público que se había congregado para asistir al Pleno que llevaría a la Alcaldía a Celia Villalobos en 1995. Luego le perdí la vista mientras caminaba por el paseo central del Parque en busca de su anonimato.
Es la instantánea política más injusta que he presenciado en mis más de 25 años de profesión. La despedida del que luego se ha demostrado, en mi opinión, el mejor alcalde con que ha contado Málaga capital en su historia reciente. Pedro Aparicio. Con sus enormes virtudes y múltiples defectos, pero siempre con la obsesión de transformar esta ciudad -sin aceras en muchos barrios en expansión, sin agua cuando se daba la paradoja de que llovía con fuerza tres días, porque el barro atoraba la depuradora, sin un teatro público, agujereado su corazón por una red de tuberías para transportar petróleo, con un centro en ruinas y una feria de pueblo- en una gran ciudad, orgullosa y mediterránea.
Viene a cuento el merecido elogio por la celebración en estas fechas de las tres décadas de ayuntamientos democráticos. Leí esta semana un reportaje de la agencia Efe en el que Aparicio abogaba por limitar los mandatos en los ayuntamientos a 12 años. Es quizá el reconocimiento tácito, con la perspectiva que da la distancia, de que le sobró su último ciclo, como entonces pensamos algunos periodistas que fuimos muy críticos con su gestión aquellos últimos cuatro años. Pero los partidos intentan exprimir hasta el final las opciones electorales de sus alcaldes y éstos rara vez reconocen que su momento ha pasado, engullidos por una cohorte de aduladores. O, si lo hacen, tratan de designar a su sustituto.
Ya es hora de que se agradezca en serio y de verdad la labor de un político que se dejó su madurez en la Casona del Parque. Que no dudó en pugnar las veces que hicieron falta contra los gobiernos de su partido para defender los intereses malagueños. Aunque le perdieran en ocasiones las formas para dejar patentes sus discrepancias. Aquel abucheo es posible que le provocara resentimiento. Pero Aparicio merece que sepa que esta ciudad todavía recoge la cosecha que con tanto esfuerzo y alguna incomprensión sembró entonces".
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