Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
En noviembre de 2012 me estrené columnista con “El lodo, qué gran marrón”. Hasta hoy he naufragado a domicilio siete inundaciones más en Cenacheriland. Sin contar huracanes tropicales en vivo. Nada equiparable a lo sucedido el martes pasado en las provincias de Albacete y Valencia. El paso de la DANA ha ahogado hasta los pluviómetros. En Turís cayeron 630 l/m2 en 24 horas, aquí se registran 60 l/m2 en una hora y hay que sacar las piraguas. Esas trombas y riadas han anegado miles de viviendas, comercios, industrias y campos de labor. En Andalucía el nublado nos ha puesto el agro y los muebles patas arriba en el Guadalhorce, El Ejido y Jerez. Poco que ver con la tremenda magnitud del desastre levantino. Ya se superan los doscientos muertos. Un contador siniestro que no se detiene. Mientras media España jugaba a lo de susto o trato en la noche de Halloween, millares de personas protagonizaban pavor real en carne y hueso. Lo aterrador es que todavía queda pesadilla para rato. Las pérdidas de vidas humanas, infraestructuras y patrimonio son tan incalculables como traumáticas. Este fin de semana alargado de difuntos hemos visto otro aluvión de voluntarios civiles, oenegés, bomberos, policías, guardias civiles y militares acudiendo a socorrer. Antes han transcurrido jornadas vitales de infame descontrol, dolor e incapacidad para prever y atender con urgencia la calamidad. Mucho chalequito impoluto en cámara para la foto y por detrás los políticos tirándose las competencias a la cabeza. En esta ocasión las televisiones y redes sociales han servido fango resbaloso, ración familiar de pornomiseria de mesa camilla. Calles tapiadas de basuraleza, enseres y coches, carreteras y vías de tren amputadas…vehículos como ataúdes flotando a deriva túnel y oscuridad sotanil. Rescates de gente arrastrada por la corriente. Escenas difíciles de asimilar que nos recuerdan a los efectos especiales de blockbusters transformers palomiteros. En esta ocasión son vídeos y mensajes de angustia sangrante. Decenas de miles de familias hombres, mujeres, ancianos y niños lo han perdido absolutamente todo y han aguantado días aislados sin agua, luz, gas, electricidad, telecomunicaciones, alimentos… medicinas. Como en las guerras hemos visto gestos heroicos de solidaridad, despliegue de espontáneos y autogestión vecinal para salir adelante, ante el paralís administrativo y la condición miserable de los viles saqueadores. A medida que se vayan recargando los teléfonos móviles las víctimas del diluvio regarán otra catarata más de testimonios que nos dejarán patidifusos:’(
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