El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
HA muerto inesperadamente Pedro Aparicio. Mi más sentido pésame a su mujer y a sus hijos. Puede imaginar su desolación por el golpe que la inesperada noticia ha sido para los que fuimos sus amigos y compañeros. Los que tuvimos la suerte de compartir con él un periodo político apasionante. Conocí a Pedro en la segunda mitad de los setenta. Cuando, como cirujano y activo sindicalista, impartió una ponencia en unas jornadas sobre políticas locales que organizamos desde la Ejecutiva regional, cuando las primeras elecciones municipales democrática quedaban aún lejos. Desarrolló su exposición con la brillantez y la lucidez que tanto admiramos después en él.
Fue un político singular y distinto, algo raro en los tiempos que corren, su gran sentido institucional y la defensa de los intereses de la ciudad le hizo chocar en no pocas ocasiones con ministros y consejeros de su propio partido. Era un socialdemócrata ilustrado, admirador de Besteiro, que se sentía heredero de la mejor tradición del socialismo liberal. Sus cuatro mandatos fueron claves para el desarrollo y la modernización de una ciudad especialmente castigada por el urbanismo desarrollista de las décadas precedentes. El paisaje de aquella ciudad herida se caracterizaba sobre todo por los enormes déficits de servicios e infraestructuras básicas. Su gestión se centró en conseguir que las infradotadas barriadas, construidas sin planificación, o autoconstruidas, y con unos servicios extremadamente precarios, alcanzasen un nivel de normalidad: o sea que tuvieran aceras, calzada, alumbrado, alcantarillado, etc.
Una tarea que también ocupó buena parte de los trabajos de revisión del PGOU que impulsó. Esa preocupación por superar la desigualdad, que tan patente era en aquella Málaga de finales de las setenta, caracterizó sus primeros mandatos municipales. El empeño que puso en ello hizo de él, además de un gran alcalde, un alcalde muy querido por sus vecinos. Hoy se recordarán sus más emblemáticas obras y su logros más brillantes, como por ejemplo el PTA, que fue el primer parque tecnológico en cuya creación y ejecución participaba un ayuntamiento. Su querido Cervantes, la Casa Natal de Picasso y tantos otros logros. Modernizó la ciudad y sentó las bases del desarrollo experimentado en las décadas posteriores. Pero, como alguien que vivió con él aquellos primeros años de democracia municipal, quiero destacar sobre todo su afán por hacer de Málaga una ciudad más justa y menos desigual. Compartí con él grandes satisfacciones y también momentos amargos, como las inundaciones de 1989. Aunque después permitieran las mayores inversiones que se habían hecho en la ciudad. En obras de infraestructuras hidráulicas, saneamiento, colectores, embovedados de arroyo. Obras imprescindibles aunque no fuesen visibles para la ciudadanía.
No se puede recordar a Pedro sin mencionar su pasión europea. Amaba Europa, su cultura, su paisaje, su civilidad, creía en la UE a cuyo desarrollo contribuyó desde su escaño en europarlamento. Una pasión que nos contagió a muchos. A pesar de que hoy la dura realidad nos aleja del sueño de una Europa Federal, sólo puedo compartir con él la idea de que sigue siendo el más noble proyecto político.
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