Los políticos y las varas

El salón de los espejos

La Semana Santa es tradicionalmente la más tranquila en la política andaluza. Con la excepción, eso sí, del Domingo de Ramos de 2009 cuando a Zapatero se le ocurrió mandar a Chaves a Madrid y abrió la caja de Pandora en la Junta de Andalucía. Pero no es lo habitual. Los cargos públicos, los representativos y quienes tienen algún tipo de responsabilidad, empezando por los concejales de cualquier pueblo, saben que lo que importa está en las calles. Su mayor éxito será que todo salga según el guion previsto: procesiones y turistas, por ese orden.

Lo que pasa es que la Semana Santa se ha convertido en una especie de campaña electoral perpetua. Los representantes públicos quieren estar en la delantera de todos los pasos posibles; eso de llevar una vara en las manos e ir saludando a diestro y siniestro debe ser una tentación irresistible. Y ahí hay una importante encuesta electoral, mejor que cualquier Centra que encargue Antonio Sanz o que un CIS de la mano de Tezanos. Si los paisanos no saben quién es ese (o esa) que lleva una vara, no es el alcalde y no va de nazareno... malo, malo. Sobre todo porque cada uno acude a su ciudad o a su pueblo, donde esperan ser profetas aunque sea a costa de un dolor de pies.

Otra modalidad pasa por presidir el paso de cualquier cofradía por los recorridos institucionales y salir en todas las fotos. Eso además de dejarse ver en algunos balcones de postín, algunos sin el preceptivo cuidado de no llevar un vaso en la mano.

Es también impagable mirar los rostros de quienes están delante de un paso en un templo y son cuidadosamente apartados por un oficial de junta... porque viene el concejal de turno con su ramo de flores que lleva (¡oh, horror!) el logotipo del partido en la cinta para que se vea bien. Y lo pone delante de los que ya están, para que no quede ninguna duda de su visita.

Hay algunos, pocos pero doy fe de que existen, que van a pie de calle con sus familias a disfrutar de las cofradías. Acuden a ese arco histórico, o a esa esquina donde iban con su padre y ahora llevan a sus hijos. Otros visten sus túnicas, llevando su cirio o su insignia por antigüedad y sin pedir nada a cambio. Otros sueltan el chaqué del cortejo representativo y se ponen el terno de acompañar a sus niños pequeños en la cofradía familiar. Y otros, que también son valientes, aprovechan los días de descanso para escaparse con sus familias a algún lugar tranquilo como hacen muchos andaluces a los que no les gustan las cofradías. ¿Mira que si esta naturalidad les hace ganarse el respeto público?

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