La Rayuela
Lola Quero
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La “semana negra” vivida por el presidente Sánchez a cuenta del inquietante informe de la UCO de la Guardia Civil y la decisión de jueces y fiscales de ratificar la investigación judicial de las andanzas nada procedentes de su señora esposa, ha dado una vuelta de tuerca más a la ya de por sí desvalida legislatura que tan alegremente se aprestaba a encabezar, y que el que más y el que menos ya da, sin presupuestos ni aliados fiables, por fracasada. El tiempo pondrá a cada uno en su sitio, por supuesto, pero entretanto pasan los meses y la escandalosa degeneración política que anida sobre todo en las riberas de Ferraz (tener que soportar a tipos del pelaje de Puente como ministro de España…) no acaba de tener su correlativo en el electorado.
Mucha culpa de ello la tiene la estrategia errática y ambigua que mantiene el principal partido de la oposición y su líder, Albero Núñez Feijóo. A mí, disculpen la licencia futbolera, la situación actual del Gobierno y su oposición me recuerda al equipo que se queda en inferioridad numérica y se dedica el resto del partido a defender como sea, mientras al otro la superioridad solo le da para jugar en el campo contrario, pasarse el balón de un lado a otro, pero sin tirar una sola vez a la portería con peligro. Hay en el juego del Partido Popular nacional mucho del amago que dan las querellas de fin de semana, pero le falta decisión para ser verdaderamente letal en sus intenciones, como ha demostrado en su sobreactuada y extemporánea refutación de la computación europea de penas a los etarras. Le falta gol, en definitiva.
Podría vincularse esta carencia a sus problemas de convivencia con sus aliados naturales de Vox, aunque afortunadamente la impericia con la que estos suelen manejarse les ha evitado males mayores. ¿Cómo hubiera sido el incendio si los de Abascal no hubieran dado también por buena la famosa enmienda postrera de Sumar? Aunque me temo que la realidad está más relacionada con las tutelas que desde el sector conservador del Gran Madrid siguen ejerciéndose, más o menos veladamente, sobre el entorno del candidato, y que condicionan sus mensajes en temas delicados como la vivienda o la inmigración. Que el Partido recobre su carisma de partido de estado (categoría que por suerte ya no comparte con nadie) con un liderazgo sólido dirigido a un electorado cada vez más transversal parece la mejor opción si no quiere, otra vez, acabar ahogado en la orilla.
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