Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
Por montera
Ha tenido que ser una actriz la encargada de afrontar una gesta quijotesca: la de pretender salvar de las garras de los talibanes a las mujeres afganas. Pocas presencias públicas pasan desapercibidas si las encabeza Meryl Streep. La actriz, capaz de representar en pocos segundos y con leves movimientos de los músculos de su cara la transformación emocional afectada por la tragedia de estar renunciando al amor de su vida junto a Clint Eastwood, por evitar destrozar la de sus hijos y su monótono pero bonachón marido, estuvo descomunal en su actuación en la ONU. Meryl por algo tiene 21 nominaciones al Oscar y 3 estatuillas. Streep durante su emotiva exposición ante la comunidad internacional me recordaba cuando Karen Blixen, en Memorias de África, se hinca de rodillas ante el nuevo cónsul de Kenia sin importarle la humillación de los estirados asistentes para que deje sus tierras a los nativos. Aquí tenemos a los talibanes haciendo leyes contra cualquier libertad vital de las mujeres que atentan contra la naturaleza de la vida. Los talibanes prohíben a las mujeres hablar en público, están obligadas a taparse completamente con telas. La policía de la moral controla su alimentación, su vestimenta, sus conversaciones. Tienen prohibido leer, estudiar, cantar, no pueden mirar a personas del género opuesto con las que no están casadas o mantienen algún tipo de relación so pena de lapidación. Tampoco puede usar móviles con cámaras, ni descargarse canciones o películas consideradas inmorales. Qué decir de tener fotografías, vídeos o dibujos, incluso de animales. En ellos se centró el desgarrador relato de Meryl: a que los gatos de Afganistán sí pueden sentir el sol en sus caras, pueden cazar ardillas que corretean en el parque que tienen prohibido pisar las niñas y las mujeres. ¿Quién había reparado en la libertad de los animales en Afganistán? Pues sí, los hay tal como asentían las mujeres afganas que custodiaban a la actriz, ante la comunidad internacional a quien dirigía la llamada de auxilio para devolver a la mitad de la población los derechos humanos que disfrutaron no hace tanto. Hubo un tiempo en el que podían estudiar, ejercer como abogadas, doctoras o empresarias... Pero ahora, la equiparación de las libertades robadas al género femenino se compara con las mascotas. La proclama de Meryl Streep parecía una predica en el desierto cual evocación bíblica o quijotesca: una mala suerte de amonestar a la comunidad internacional que es como majar sobre hierro frío.
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