07 de julio 2024 - 03:09

Según el Principio de Peter, cualquier miembro de una jerarquía tiende a ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia. Lógica palmaria: como he demostrado mi capacidad en el puesto actual, estoy capacitado para ascender. Y así hasta que solo demuestras tu incompetencia. Momento en el que ahí te quedas porque ni asciendes ni te descienden. Y el trabajo lo realiza otro que no ha alcanzado aún su nivel de incompetencia. Frente a estas situaciones, el profesor Laurence J. Peter (que da nombre al principio) observa que el mecanismo de defensa de las organizaciones es el ascenso horizontal. Se traslada al empleado a un puesto de igual nivel que el que desempeñaba, pero en el que su misión es hacer absolutamente nada. Ya que no hace, por lo menos que no complique las cosas.

Maximum Shameless puntualiza esta teoría con el estudio de la administración pública al analizar la elaboración de las ordenanzas municipales. Según el profesor, cuando coincide el interés del político de turno por aparecer como el más cool de la clase y la existencia de estos funcionarios ociosos, la solución se encuentra en el encargo de la redacción de una ordenanza. Momento en el que se desencadena una vorágine de copia y pega facilitada por la sencillez de la búsqueda en la Red, que en breve se verá potenciada por la irrupción de la inteligencia artificial. Surgen así un sinfín de normas, calcos una de otras, en la que toda lectura crítica en su elaboración se limita al cambio de orden de los artículos.

Digo esto porque algunos medios de comunicación cayeron esta semana en la cuenta de que la ordenanza de playas de Málaga, y en breve de Marbella, prohíbe la evacuación fisiológica en la playa y el mar. Es decir, plantar un pino y echar un chorrito. Lo que es acertado. Después del tiburón blanco, el mayor peligro de cualquier costa es un zurullo a la deriva. Otra cosa es la vigilancia de la norma. Asunto sobre el que la búsqueda en Red arroja nulos resultados y, por tanto, la ordenanza no se pronuncia. ¿Cómo se detectará la presencia de micciones en el agua? Al igual que con los perros, ¿se recogerán muestras para realizar un análisis de ADN? ¿Deberán lo bañistas inscribirse en un censo específico con su perfil genético? ¿Se creará un cuerpo específico de policía fisiológica o se confiará en que el Negro de WhatsApp detecte las zonas de aguas más cálidas? Lo dicho, “la nata sube hasta cortarse”.

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