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Antes de morir por el Covid-19, el periodista José María Calleja publicó Lo bueno de España, un libro con el que este periodista vasco hurgaba en el baúl de la Historia para rescatar algunos hechos de los que sentirnos satisfechos. La contracrónica nacionalista de España la ha dejado reducida a poco más que un Estado. Calleja apenas lo vio: lo mejor de España es el pueblo español, 47 millones de ciudadanos de alma mediterránea que se han comportado con una disciplina sintoísta para salvar vidas y dejar espacio libre a los ángeles de batas blancas. Ya no habrá que rebuscar más en los libros de Historia, aquí han dado la talla los sanitarios, los agricultores, los ganaderos, los reponedores de supermercados y los farmacéuticos. Y el resto. Sólo ha habido una clase profesional que no ha estado al nivel del pueblo español: la política, cientos de responsables de la cosa pública que han seguido inoculando la división, cuando no el odio, entre sus representados. Angustiados como si viviesen en unas elecciones permanentes, se han pasado las semanas con sus estupideces de patio de colegio, teatralizando una crispación que no existe en la sociedad, pero que acabarán extendiendo. Y digo más: algunos mucho más que otros, son los nuevos populistas, los Abascal, los Garzón, los Iglesias, las Álvarez de Toledo, las Montero. Y no tienen remedio.
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