Quietud, Pascal y una sandía

La ciudad y los días

Hoy que las vacaciones empiezan para muchos afortunados quiero recomendarles, si se les pasó, el artículo Una cierta quietud que publicó hace pocos días el vecino de página y amigo Tacho Rufino. Sobre todo, que intenten seguir su consejo de “no exigir nada al discurrir de los días, y abandonarse a él”. Me embargó un sentimiento de hermandad cuando lo leí. Que se reforzó cuando, más adelante, citaba el famoso pensamiento de mi admirado, leído y seguido Pascal: “Todos los males de la humanidad provienen de la incapacidad del hombre de sentarse solo y tranquilo en una habitación”. Sin la radicalidad pascaliana de quedarse solo en una habitación, que quizás sea un poco exagerado como plan de veraneo, de lo que se trata, escribía Tacho, es de abrazar esa “cierta quietud” de los antiguos veraneos de sandía tirada a la alberca para que estuviera fresca para el postre, grillos, chicharras, tertulias nocturnas y largos ratos de aburrimiento y buena pereza.

La sandía flotando en la alberca de baños helados en limpia agua de pozo verdeante por el musgo de las paredes me trajo el recuerdo de veranos ya lejanos, mañanas de ventanas abiertas, tardes de clausura de sombras y noches de largas tertulias a la espera de que una brisa compasiva moviera los visillos de los dormitorios en el chalé de mis abuelos que olía a jazmines, dama de noche y tomates y pimientos madurando en la huerta. Más joven que yo, y más inteligente por haberlo descubierto antes, Tacho ha dado con la clave de lo que para mí es lo más parecido a la felicidad: abrazar la quietud, gozar del aburrimiento, no exigir nada al discurrir de los días y abandonarse a él; desear solo lo que se tiene y gozarlo, enseñados por la vida de lo fácil que es perderlo y lo imposible que es recuperarlo.

La tríada de la sandía flotando en la alberca, no exigir nada al discurrir de los días y Pascal trenzaron esta sensación de hermandad con el amigo Tacho. La agitación, la degradación del otium latino en consumo compulsivo, la incapacidad de gustar el lento paso de las horas hasta en las vacaciones, llenándolas de compromisos como durante el año se llenan las agendas de obligaciones, y la aversión al silencio y la soledad tienen según Pascal una única razón: el miedo a quedarse a solas consigo mismo, a pensar y a sentir. “De aquí –concluye– viene que gusten tanto a los hombres el ruido y el jaleo”. Hasta en las vacaciones.

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