Ignacio del Valle
Hiperchiringuito
Quiso la fortuna que, tras las vacaciones de agosto, este domingo me encontrase con mi querido amigo Lucio. Ha varios años, pandemia por medio, que no nos habíamos visto y, casualmente, no podía haber sido de otra forma, el encuentro se produjo en El Palo, ¿cómo no?, en el Chipirón colorao, el cuAl, una vez jubilado Rafael, el viejo pescador, está regentado por su hijo Rafalito que, criado en El Palo, no puede negar ser un genuino paleño hecho a imagen y semejanza de su padre.
Lucio, siempre agradable y cariñoso, me saludó con alegría, no tanta como la que yo le mostré al verlo. Pero ciertamente que, mirándole las acentuadas arrugas del sobrecejo y el rictus de su boca esbozando una sonrisa amarga, le vi envejecido de alma, con muchos más años encima que los que realmente habían pasado por su cuerpo desde la última vez que nos vimos. Cuando Rafalito nos puso una Victoria, malagueña y exquisita bien fría en las copas, un punto brillante relució en sus ojos, fue como si una ráfaga de la fresca brisa marina le hubiese aliviado la pesadumbre y el bochorno que hacía.
No tardó Lucio en contarme sus cuitas y comenzó preguntándome si había leído esa mañana el artículo dominical de Pérez Reverte. Léelo y entenderás mi estado de ánimo –me dijo–; hay en él una frase que me ha puesto a cabilar: “Extraño lugar éste, en fin, donde la tragedia nos hace mejores y la bonanza nos envenena”. Nunca España vivió tantos años en democracia y en paz. Hubo una vez en que unos políticos, con ética y voluntad de diálogo, decidieron enterrar el hacha de guerra. Unos, franquistas que estaban en el poder, decidieron apartarse, y otros, sus adversarios políticos, aceptaron ceder en algunos postulados para consensuar una Constitución en la que cupiesen todas las ideologías y en la que el pueblo, de verdad, fuese soberano y decidiese en las urnas su Gobierno. Lograron una España que funcionó bajo leyes inspiradas en los derechos humanos. Un país donde todos los ciudadanos eran libres e iguales. Y así llegó la bonanza; tan duradera y progresiva como jamás el pueblo español hubiese soñado. La bonanza que nos envenena, según Reverte.
¡Ay, amigo Juan! –siguió diciéndome Lucio–, tuvo que llegar un mediocre como Zapatero –¡Que Dios confunda!– a dirigir al PSOE, para desenterrar a su abuelito, que en paz descanse, y resucitar el viejo odio entre derechas e izquierdas. Fue el germen de lo que vendría después con Sánchez: El muro, el frente contra la derecha, con los votos de la ultraderecha independentista pagados con prebendas del Estado. La polarización como política. El argumento ad odium, el miedo a la “extrema derecha” en la que incluyó a todos los que no estaban de acuerdo con él, o la Ley de Memoria Democrática (que sustituyó a la de Memoria Histórica) para agudizar el enfrentamiento, ley que es lo más parecido a una especie de venganza post mortem, ya que solo contempla los delitos de una parte. Me entristece ver como éste partido, hace años demócrata y socialista, camina por una senda autocrática. Me entristece ver como amigos socialistas de toda la vida me miran como facha por combatir el gobierno fascista de Pedro Sánchez que, en el colmo de su paranoia por el poder, pacta con ERC romper la igualdad de todos los españoles concediéndole a Cataluña la independencia fiscal a cambio de los votos independentistas. Porca miseria.
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