El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Brindis al sol
Tras la democracia, con el acuerdo bienintencionado de los partidos españoles que pensaban con ello reparar una injusticia, los partidos nacionalistas gallegos, vascos y catalanes, sobre todo estos dos últimos, impusieron sus razones de uso de las lenguas que consideraban propias. Pero el recurso a estas razones fue tan radical, que los demás españoles asistieron asombrados no ya solo al comprensible desembarco de sus lenguas, sino a la exclusión, en todos los ámbitos posibles, de la española. Sus autoridades políticas expusieron sus razones como si se tratara de un derecho divino que debía asumirse ciegamente. Los españoles, de dentro y fuera de esas comunidades, contemplaron los hechos con triste resignación, ya que los nacionalistas no buscaron, en ningún momento, disimular la afrenta de esta despectiva exclusión. Tal como si todas las razones estuvieran de su parte. Claro está que contribuyó a ello, la actitud de los partidos que gobernaban España y que, al necesitar pactos parlamentarios, condescendieron a los trueques más ignominiosos. Trueques que han alcanzado los máximos niveles de escándalo en estos años recientes. A ello puede añadirse, la postura de una izquierda –muy bien calificada como reaccionaria por Félix Ovejero– que, olvidando todos sus principios, se echaron, por oportunismo, en brazos de los nacionalismos antes citados. Todo esto ha contribuido a un desbarajuste tan irracional e interesado que el uso de una u otra lengua, en según qué tierras, determinaba la vida profesional de un español, aunque en su ejercicio el uso de la lengua no fuera necesario. Pero nada podía objetarse cuando las consignas vociferaban que lo decisorio era la protección de las lenguas minoritarias, su valor como patrimonio cultural, la seña de identidad y los derechos (en según qué direcciones) de los hablantes, junto al elogio (con trampa) de la diversidad y un sinfín de proclamas que acabaron por ser aceptadas, sin pasar por ningún filtro. Unos señores que vivían de ese negocio impusieron unas lenguas y eliminaron drásticamente el uso de otras, porque ese era su negocio. Como los sentimientos nacionalistas de esos pueblos eran fáciles de movilizar, se dedicaron a ello, con éxito. Y a eso nos habíamos resignado. Pero ha aparecido un libro, Contra Babel. Ensayo sobre el valor de las lenguas (Athenaica), de Manuel Toscano, profesor de la Universidad de Málaga, que ha decidido, sin estridencias, con reflexiones justificadas, sin partidismos, dar cuenta de las causas que han mantenido destrozada la convivencia española. Hay que leerlo y repartirlo. Era el libro necesario.
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