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Creo recordar que es en su libro El Jerez de los bodegueros donde Francisco Bejarano cuenta cómo a su padre, hombre pío donde los hubiera y encargado de una finca de un reputado bodeguero, no le gustaban las misiones que por aquellos años mandaba la Iglesia militante a los cortijos, haciendas y alquerías para evangelizar al proletariado rural. La razón, como le explicó el progenitor del poeta al señorito, era que esos días repletos de dalmáticas y flores a María provocaban en los braceros las blasfemias más aterradoras, improperios contra todo lo sagrado que hubiesen hecho sonrojar al más curtido de los habitantes de la Isla de la Tortuga. En general, el andaluz ha sido siempre hombre poco dado a la blasfemia. Sus finos oídos no suelen tolerar el grosero retumbar de los cagoendiós que tanto se prodigan por el norte y otros pueblos de menor romanización. Sin embargo, en las antiguas y amplias bolsas de jornaleros de la Baja Andalucía, carcomidas por la miseria y el desarraigo, este tipo de juramentos tenían cierta acogida y creatividad espoleada por el resentimiento. Todo eso, a Dios y a la justicia gracias, es pasado.
Los que no vivan en Sevilla quizás no lo sepan, pero la ciudad se prepara en estos días para acoger una gran procesión magna que reunirá alguno de sus mejores pasos y que recorrerá las calles de la ciudad durante el 8 de diciembre con motivo del II Congreso de Hermandades y Piedad Popular. El evento cuenta con el apoyo de la Iglesia (que con evidente optimismo ve en esta manifestación una vía de evangelización), el Ayuntamiento y la propia Junta de Andalucía, que lo ha subvencionado con 600.000 euros, lo que ha provocado el consiguiente enfado de las entidades “culturales” que se creen los únicos setos merecedores del regadío de dinero público.
La Magna, como se la conoce en la ciudad, es un claro exceso que incluso ha sido criticado por algunos insignes personajes vinculados al mundo de las cofradías. Ni el tiempo litúrgico ni la ocasión justifican tal exhibición iconográfica. Más que con la religiosidad popular, que siempre tiene un arraigo en el tiempo circular o está vinculada a los intereses concretos y mundanos de los devotos, tiene que ver con esa desaforada espectacularización que todo lo agiganta, deforma y revienta. Ya no hay jornaleros embrutecidos para blasfemar, pero sí floretes volterianos que se hacen notar. Es la Andalucía de pan y procesiones del juanmismo, que no ha dudado en sacar la chequera para la Magna. Puro regional-catolicismo.
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