La Rayuela
Lola Quero
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Cambio de sentido
Tal noche como la de hoy, en Sevilla, hace justo dos años, una inmensa minoría (cuatro gatos bajo la copa de un árbol menguante) se fue a la cama con el corazón en un puño. La suerte y la muerte estaba echada: la tala de un ficus sano y centenario en Triana, el de San Jacinto, programada con agosticidad y alevosía, estaba avanzada. Era mes inhábil judicial, lo que retardaba la llegada del auto del juez. Arrancar un ejemplar singular e histórico, con una masa arbórea equivalente a 15, casa de los pájaros, sombra y oxígeno del barrio, era efectivamente para mandarlo parar y así lo procuró la gente corriente, unos donnadies –a mucha honra– que lo consiguieron por lo contencioso y después por lo penal. Les dijeron de todo: ecologistas (ese insulto), desahogados, perroflautas, trianeras de pacotilla, anticlericales, a ver si protestáis por lo que yo diga y no por un árbol que casi mata a una persona. Las y los donnadies explicaron lo obvio: los árboles o los edificios no matan, mata la irresponsabilidad de quienes no los mantengan y dejen caer las ramas o los frisos; que no había que elegir o ficus o templo; que las razones de esta ablación de sombra y aire eran el egoísmo, la usura y el desprecio a lo que está vivo y es de todos. Se supo en toda España de aquel disparate detenido.
Quienes vivieron desde dentro el episodio supieron de lo humano en toda su acepción: hubo quienes entregaron horas y horas de su trabajo y talento, pusieron su cuerpo entre el hacha y la savia, y estuvieron ahí teniendo mucho que perder. Y también quienes vieron que tenían algo que ganar y no perdieron el salto para, en el nombre del ficus, barrer para adentro, verse más altos o negociar a espaldas de la plataforma ciudadana la retirada de la denuncia o un acuerdo con subvención incluida, nominativa y directa (un pastizal), a los mismos que mandaron apear el árbol. Homo sum, humani nihil a me alienum puto… muy puto. Al final, vencieron el bien y la razón comunes. O casi. El árbol se quedó, y no han parado de reclamar para él los cuidados prescritos, que llegan tardando. A la vista está.
Leo en estos días Las hijas árbol, un relato de Clasissa Pinkola sobre un árbol que talan y en su tocón reverdece el milagro de los vástagos. Eso dijo mi padre la mañana del 17 de agosto, cuando lo llamé para contarle que el ficus se había salvado: “Vivirá”. Mas cuando la muerte se administra lentamente no siempre gana la vida. Esta es la triste fábula que hoy nos cuenta el gran árbol de Triana.
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