El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
Ysin darnos casi cuenta, agosto termina. El verano llega a su fin. Quizás todavía haya un momento para pensar en cómo fueron estas vacaciones, si nos gustó alguno de los libros que leímos, los lugares donde estuvimos o si, en algún rato, pensamos sobre la vida que hacemos y queremos cambiarla. El tiempo se detiene y nos da oportunidad de vivir de otro modo, aunque sea por unos días.
El verano es tiempo de placeres sencillos e inmediatos, como el frescor del sabor de una sandía con ese rojo exultante, auténtico símbolo del estío, o la playa, alfa y omega de los veranos de todos. Es, por supuesto, el de los viajes que nos hacen conocer el mundo. Y también es el territorio de la memoria, cuando pasa la juventud, incluso, a veces, lugar de la nostalgia y de la melancolía.
Sin embargo, cuando el calendario llega a final de agosto, volvemos con pereza y mala gana a la normalidad. A la rutina, al trabajo, a la vida cotidiana y nos cuesta volver a empezar. Las calles vuelven a su ritmo, el barrio vuelve a su bullicio, a ese trasiego de personas que trabaja en las oficinas y en las obras del metro, que llena los bares a la hora del desayuno y los anima a la del aperitivo y en la comida o a la hora del café o el tardeo. La vuelta se nota en una ciudad viva en la que el tráfico llena las calles y los niños empezarán enseguida a ir al colegio.
En realidad, la normalidad no sólo llega cuando el Estado y la sociedad funcionan de nuevo a todo ritmo, sino cuando nosotros lo hacemos. Volvemos con pereza y de mala gana a la normalidad. En una sociedad hiperconectada y en la que es tan valioso ‘desconectar’ de verdad y recuperar tu espacio propio. Sacudirnos la dictadura de los ‘me gusta’ de las redes sociales. Volver de nuevo, no sólo implica el síndrome post-vacacional que imponen las rutinas del trabajo, la conciliación familiar y, en general, la vida cotidiana de de cada uno, sino volver a un tipo de sociedad que, en muchos casos, nos mantiene unidos demasiado tiempo a nuestro teléfono móvil.
De algún modo, y a pesar de tanta literatura de autoayuda, volver no es más que un ejercicio de madurez normal que realizamos todos los años. Puede que añoremos unas vacaciones más largas o prolongar algo más estos últimos días de agosto pero, imagínense unas vacaciones eternas. Como dijo Woody Allen, “La eternidad se hace larga, sobre todo al final”. No es nada evidente que la revolución tecnológica que vivimos, y sus posibilidades, nos conduzca a las ideas del Derecho a la Pereza de Paul Lafargue, cuyo objetivo era una introducción de las máquinas que sirviera para trabajar lo menos posible y disfrutar intelectualmente y físicamente lo más posible. Se mejorarán las condiciones de los trabajadores pero no viviremos una sociedad de las vacaciones eternas. Por tanto, consolémonos con ese retorno habitual de todos los veranos. ¡Fue bonito mientras duró!
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