Los reyes magos y la prostituta

La tribuna

16 de marzo 2011 - 01:00

LA oportunidad que nos señala como destino de una inversión prestigiosa no tiene muchos precedentes. Fue por Navidad, y de noche, sin que nos diésemos cuenta, cuando nos trajeron lo que llamaban el anillo ferroviario de Antequera.

La suerte de las campiñas de Antequera, Mollina, Humilladero y Fuentepiedra es una suerte geográfica, de encrucijada de flujos de movilidad y, por tanto, de intermodalidad y de logísticas asociadas a los movimientos de personas y mercancías. Para unos eso es una ventaja y para otros, para mí por ejemplo, tiene un inconveniente que se puede hacer entender desde los desaciertos y torpezas de estas infraestructuras, que no parecen acabar nunca. Aprovechar la oportunidad de una importante inversión de infraestructura para encontrar ventajas colaterales debería ser, siempre que se pueda, un presupuesto a la idea. Pero tras años y proyectos realizados, no acabo de encontrar esas ventajas.

Una campiña productiva y habitada, muy bella para quien la haya conocido de cerca, sacrificada a las demandas importantes de esta época, que parece necesitarla de otra manera, desestructurando por ello su lógica histórica, su unidad y su coherencia geográfica. Una campiña que pone su cuerpo en un apasionado encuentro sin amor. Una y otra vez, para una violación muy barata, consentida por el "interés general".

Polígonos industriales y parques logísticos que facilitan a las empresas economías de localización y lógicas de distribución, pero de dudoso interés para el territorio que invaden. Una red de FFCC de alta velocidad que construye su cruce y parada, en la nada, lejos de su ciudad principal, para perplejidad de los expertos que ven en ello su nula utilidad como motor de centralidades ante la mirada atónita de los ciudadanos de Antequera. Una malla de autopistas trazadas con lógicas origen-destino, con mucho desafecto por el suelo en el que se apoyan.

Esto, seguramente, tiene como explicación más plausible el cortoplacismo de hacerlo lo más barato posible. El paisaje y sus habitantes, sus lógicas productivas cimentadas en décadas de cuidadoso trabajo, son invisibles para quienes sólo necesitan el plano uno cincuentamil para comprender una realidad y proyectarla desde instituciones y oficinas técnicas lejanas y desapegadas del lugar.

Y ahora el anillo. Nuevo sacrificio que le pedimos desde una provincia que necesita y ve en esa inversión una tabla para mantener su destino a flote, dispuesta a volver a prostituirse con una consigna asimilada durante décadas: "desarrollo y riqueza al precio que sea". Una actitud que vista con perspectiva, y quizás simplificando algo, no ha dejado mucho más que salarios. ¿Dónde está el supuesto capital acumulado que ha necesitado del sacrificio del litoral y de las periferias de nuestras ciudades? Si quiero el anillo es para que todas sus ventajas no se alejen ni un milímetro de la provincia ni del lugar que lo pone todo.

La justificación que se cimenta en un futuro de progreso y empleo para la zona afectada he podido escucharla de sus promotores directamente, pero está adornada de una demagogia que por exagerada, escasa concreción y poco rigor de ejemplos comparativos con otras actuaciones similares en otros lugares, hay que considerarlas, al día de hoy, falsas y cercanas a un guión de Los Simpson. Ridículos y poco trabajados los argumentos y envilecidas las respuestas de los afectados. Todo porque no se quiere dejar escapar una inversión gigantesca que no tiene otro destino posible que Andalucía y una localización posible que la antequerana. Lo demás están siendo promesas no deseadas.

No al anillo si no se plantea como un proyecto que minimice su propio impacto, de difícil compatibilidad con la delicada realidad existente. Un proyecto paisajístico que cuide la continuidad del paisaje y la máxima integridad de la parcelación agrícola, caminos o corredores biológicos… su historia de siglos… que defienda así derechos históricos de trabajado cuidado del paisaje, de la productividad y calidad de vinos y aceites de la zona, y para facilitar la reconstrucción del tránsito e itinerarios de la fauna del lugar.

Soluciones que en muchos casos, si los proyectos se cuidan en cada detalle, en cada parcela, en cada persona, como debería hacer un proyecto en este siglo, no necesitará expropiar y expulsar a tanta gente de allí. Hay que negociar cada caso, cada caso repito, porque aquello no es el Putumayo.

Aprovéchese así este proyecto además de para probar y perfeccionar máquinas a 500 km/h, para investigar en cómo minimizar los impactos medioambientales que implican esas velocidades en los diseños que hacen los ingenieros. No se acaba de decir claro, pero estas velocidades implican trazados y contaminaciones acústicas de proporciones brutales, que allí van a quedar.

O por qué no acompañar, por una vez, este proyecto de otro que compense la generosidad de este cuerpo tantas veces prostituido, dejando algo más que esta restauración de sí mismo que sugiero. Una mejora de lo existente, un parque corredor biológico interno en las vegas de Antequera, Mollina, Humilladero y Fuentepiedra, conectando las sierras, con las lagunas, los centros urbanos de los pequeños núcleos existentes, con ideas que permitan aportar nuevas plusvalías medioambientales, para todos los malagueños de aquí: personas, aves, y resto de la fauna que formamos este ecosistema.

Si la lógica de este proyecto se entiende de otro modo, del mismo modo en que se ha hecho todo lo demás en esta tierra, me opongo al anillo. Porque al cabo del tiempo, no quedará nada, sólo la memoria del sufrimiento y de la pérdida de un lugar único.

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