El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
He esperado en vano, durante el pasado mes del Orgullo, que fuese reclamado por los medios de comunicación para seguir tratando la vida de Sandra Almodóvar y lo que representa. Antes de ello, he ido a diferentes emisoras de radio y televisión. Supongo que ya estaría todo dicho, pero siempre se quedan muchos temas en el tintero.
Nació Luis en Melilla en 1950. Desde niño fue maltratado por su familia. Huyó de su entorno deseando ser artista y mujer. Muy pronto fue conocida como Sandra Montiel y, más adelante, como Sandra Almodóvar por haber realizado un papel fugaz en una de las películas del director manchego. Fue muy popular en la Costa del Sol y en Madrid por ofrecer unos espectáculos genuinos y codearse con las grandes estrellas del momento. Sin embargo, su vida privada fue un verdadero calvario con sus diferentes amantes. Murió hace un año. No fue considerada como una víctima de la violencia de género porque aún no se había registrado como mujer. Su nuevo DNI llegó al día siguiente de su fallecimiento. Todo un despropósito y una tragedia merecedora de ser escrita o llevada al cine.
Su vida me pareció interesantísima, digna de ser reivindicada hasta la saciedad. Me involucré en su reconstrucción después de su muerte. Otro drama, pues ya habíamos tratado que escribiría su biografía a partir de junio del año pasado. Fue enterrada un 28 de mayo.
He comprobado que la homofobia y, sobre todo la transfobia, siguen latentes en nuestra sociedad. En pleno siglo XXI, las RRSS destilan odio y asco a rabiar. Muchos quieren reivindicar el día del orgullo hetero. Educación, cultura, solidaridad, respeto y derechos sociales nos faltan a raudales.
He visto que no se me ha requerido, quizás por no estar dentro de ninguna asociación o colectivo. No lo sé. Así pues, aprovechando la coyuntura, quisiera reivindicar su imagen y proyectarla hacia las futuras generaciones sin necesidad de adscribirla a ningún movimiento. Ella debería ser un símbolo de la lucha contra el maltrato, la intolerancia, la ignorancia, el salvajismo y la falta de empatía y humanidad que corroe nuestra sociedad. Todo esto debería ser una reivindicación universal.
He de agradecer las innumerables muestras de apoyo y todos los testimonios que me han ido llegando y, a todas las personas que se han dejado entrevistar tan amablemente, les envío un cariñoso abrazo. Ha habido otras que no se han querido inmiscuir y me han esquivado. Respeto su decisión. También quisiera subrayar la falta de interés que ha mostrado la conocida productora donde ella trabajó.
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