Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
¡Oh, Fabio!
Ya son varias las profecías leídas y escuchadas que anuncian una alocada fase de desenfreno sexual una vez que la humanidad supere la actual peste del coronavirus. Algunos, incluso, hablan de que asistiremos a un cierto paralelismo entre la década que estamos inaugurando y aquellos alocados años veinte del pasado siglo, a los que el tópico retrata como un torbellino de burbujas, ritmos afro, degeneración artística y consumo frenético de opiáceos. Pero no se hagan demasiadas ilusiones. Lo más probable es que la mayoría sigamos en la habitual e inestable monogamia. La rutina del fornicio, el ayuntamiento programado, es uno de los pilares de nuestra civilización. Tanto que el progresismo ha vendido como una de sus grandes conquistas sociales el acceso al matrimonio de los homosexuales; es decir, su domesticación sexual en el estricto y positivo sentido del término.
El error de estas utopías húmedas, aquellas que nos prometen un paraíso-orgía, es que no cuentan con la que será la gran barrera social y afectiva en las próximas décadas: el regreso de las enfermedades infecciosas. Ya el sida dio un aviso en los ochenta y algunos terraplanistas de izquierdas insinuaron posibles manos negras en la aparición de una enfermedad que puso fin al desmadre de la liberación sexual de los 60 y 70, que pretendía acabar con el Derecho Romano y convertir el mundo en una inmensa comuna con gurús-sementales, camisas horteras y retórica marxista-orientalista. El horror. Lo cierto es que la naturaleza se alió con la revolución conservadora de Reagan-Thatcher-Wojtyla para volver a la disciplina familiar. Y es que la biología tiene algo de puritana inclemente, como demostró antes del sida con la sífilis y la gonorrea, antiguos castigos de los dioses para aquellos que abandonaban el santo hogar para buscar los brazos mercenarios. Ahora, cuando el Covid-19 sigue siendo un peligro, hay científicos que anuncian que la siguiente pandemia la causará el virus de gripe aviar H5N8, que al parecer ya ha dado el salto a los humanos en una gigantesca granja de Rusia. Otro duro golpe para los que sueñan con el despelote general. El beso de la muerte no fomenta la libido.
No se hagan ilusiones, decíamos. El sexo del futuro tendrá más que ver con certificados de salud y vicios por internet que con esa jodienda universal que nos venden algunos sociólogos rijosos, que probablemente estén confundiendo deseo y realidad. La monogamia, como la banca, siempre gana. Al fin y al cabo, los cuerpos conyugales son como esas viejas casas familiares a las que se ama, a pesar de grietas y telarañas, con una mezcla de costumbre y gratitud.
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