La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Cuesta trabajo creer que un delincuente buscado por la policía, con una orden de detención dictada en España por el Tribunal Supremo y con una apariencia difícil de esconder, pueda avisar de dónde y a qué hora va a hacer acto de presencia, y no sea arrestado. Pero nuestros gobernantes han decidido perder el respeto a las instituciones, hacer de este país el hazmerreír del mundo y pagar cualquier precio por tal de seguir un minuto más en el poder. Ahora se buscan responsables, como si no los conociéramos, ¿no va siendo hora de dejar de reírse de los ciudadanos?
Todas las televisiones internacionales abrieron sus telediarios con la fuga de Puigdemont ante los ojos de medio mundo. El cachondeo generalizado fue de lo más singular, viendo como los mossos d’escuadra trataban de esconder sus ya escasas vergüenzas. Parece que este cuerpo de seguridad del estado, lo único que puede asegurar es que se le escapan los delincuentes y el único estado que reconocen es una región de pantomimas y extravagancias. Pero debieron pensar eso de “ande yo caliente y ríase la gente”, cuando han querido pasar página rápido del bochornoso espectáculo e hincarle el diente a los millones de euros que nos va a costar la investidura de Illa.
Pero tener un socio tan inestable y estrambótico como Puigdemont va a ser un dolor de cabeza para Pedro Sánchez. Haberle negado la presidencia de Cataluña, al que creía tenerla por mandato divino, tendrá un precio y bien lo saben. Esto es el fin de una legislatura trastabillada y el comienzo de un desprecio sin escrúpulos. Cada decisión habrá que tomarla en Suiza, Waterloo o donde exija el “molt honorable expresident”. Y, por supuesto, tener una actitud genuflexa ante sus delirios, como ya se demostró en el discurso de investidura, donde no dejó de pedírsele árnica por lo que pudiera pasar.
El silencio sepulcral ante todo lo ocurrido, escondiéndose tras las sagradas vacaciones, muestran el grado de desapego de los gobernantes con la ciudadanía. Una clase política que ya no respeta a los jueces, ni a la policía, ni al dinero público, difícilmente puede ilusionar a nadie. Y menos aún lograrán ganarse la confianza del resto de las naciones para no convertirnos en el paraíso de los delincuentes internacionales. Porque, como bien decía el científico alemán Georg C. Lichtenberg: “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”.
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