01 de noviembre 2024 - 03:08

Mientras desayuno, voy mordisqueando la tostada de aceite y sorbiendo el café con parsimonia. Antaño, hojeaba y ojeaba el periódico deteniéndome en las noticias más relevantes o las columnas más originales. Ahora conecto el móvil y me dejo atrapar por sus maléficas redes. Digo maléficas porque me absorben un tiempo magnífico y también irrecuperable. Al estar retirado, el tiempo parece que se estira como un chicle y carece de importancia; pero existen otras actividades que merecen más atención, como esta por ejemplo.

Cuando concluyo el desayuno, sigo auscultando el siniestro mundo de las RRSS como un puto psicópata o un yonqui. Tras una hora, me siento culpable, como el alcohólico que ha caído nuevamente en la trampa. Ya no me consuela pensar que hay millones y millones de personas en el mundo que están mucho más enganchadas que yo. Esto empieza a inquietarme y a darme pena. Que te cojan de la oreja y te conduzcan por donde alguien ha diseñado puede llegar a ser insultante. Insultante para nuestra inteligencia, nuestra determinación y nuestro libre albedrío. Y quedamos a la altura del betún. Luego viene la parte de los bulos y la desinformación y los haters berreando a diestro y siniestro. Todos los personajes públicos son malvados, siniestros o grotescos. Mientras tanto, los odiadores siguen insultando, vociferando, acribillando o lapidando a la Ayuso, Pedro Sánchez, Pablo Motos o Errejón. Todos apedrean al unísono en perfecta armonía. Igual que en aquellos gloriosos tiempos cuando se acudía a los estadios de fútbol para insultar y gritar al árbitro. Y se descargaban nuestras frustraciones. Porque el español medio y no tan medio parece que nació frustrado. Nos puede la envidia sobre todo. Eso dicen. Pero yo creo que debemos dar rienda suelta, como una válvula de escape, a nuestras mediocres vidas repletas de insatisfacciones y deseos frustrados. Necesitamos un cabeza de turco para vomitar todo aquello que nos atormenta o nos frustra. Podemos escogerlo en la vida real o desahogarnos a través de las Redes Sociales. Benditos sean los bulos que nos ayudan a lapidar mejor.

Menos mal que hace tiempo que me salí del macabro juego de la lapidación. La mayoría de la gente aún no se ha percatado de que un ataque gratuito, o no, acaba volviendo a ti como un boomerang. Eso que llaman justicia divina, poética o karma. Una retirada a tiempo puede ser una vitoria. Y por último, me engancho a Instagram para ver docenas de fotos de la misma persona. Y el tiempo pasa.

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