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Desde la televisión en blanco y negro, en España denominamos al parte meteorológico “el tiempo”. Es curioso, pero chocante para quienes quieren aprender español, que nombremos con ese mismo término a dos cosas no ya distintas en esencia, sino verdaderamente importantes para el ser humano, De una parte, filosófica y reflexivamente, llamamos tiempo al presente, el pasado y el futuro; al paso de los días y los años. A la vida de cada uno, y también a la colectiva a lo largo de los siglos: la llamamos Historia. De otra parte, denominamos tiempo –aquí– al clima y las variaciones estacionales ante las que estamos a expensas, emergidas de manera monstruosa en el presente de muchas personas en Valencia, comprometiendo su porvenir y sus certezas y expectativas, de un momento para otro, del día a la noche. Si el tiempo como magnitud misteriosa con la que queremos ordenar los sucesos del existir es un asunto grave, más lo es el tiempo climatológico, sobre todo cuando la Naturaleza se impone con crueldad y sin remedio sobre las cosas de los hombres.
Muchos recordarán que los padres mandaban a callar cuando el “hombre del tiempo” –hoy, muchas son mujeres– daba cuenta de los sucesos de temperaturas, lluvias o sequía. Y no sólo los pescadores o los agricultores, sino que por un impulso atávico o por curiosidad y costumbre cualquier persona adulta estaba –y está– interesada en ser informada sobre borrascas, cotas de nieve, altas o bajas presiones, isobaras, y marejadillas y galernas en el Cantábrico o ventarracos inclementes en el Estrecho. Hablamos ya más de ese tiempo inmediatísimo, el de los diaporamas de Brasero o los vetustos mapas de Mariano Medina, que llega en el noticiero después de los Deportes. El que ya consultamos en el teléfono al despertarnos: ese tiempo físico de verdad es una especie de demiurgo implacable. Y a unas malas, como las recientes, impredecible y castigador.
Confundir con arbitraria polisemia, en una misma palabra, al tiempo como abstracción vital e histórica y al tiempo como circunstancia estacional y cotidiana de calaña física es una peculiaridad hispánica. Lastimosamente, una y otra acepción del término se hacen una en la catástrofe. Antes de la Filosofía y sus cuitas, siempre estuvo la Naturaleza, eso nos dijeron al explicarnos cosillas de Aristóteles. Y lo estará. El futuro de los meteorólogos y sus voceros de la tele y los móviles está asegurado. Digamos “tiempo”, “weather” o “meteo”. Al clima eso le importa un planetario rábano.
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