La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Apartir de ahora las decisiones políticas de nuestro país serán custodiadas por un salvadoreño, que es cónsul en Colombia, desde Ginebra, en Suiza. Y no nos estamos refiriendo a enumerar paraísos fiscales, ni mucho menos, sino a regímenes democráticos de rancio abolengo donde se dirimirán nuestros asuntos de Estado. Está claro que todo lo que podía parecer simplemente esperpéntico está alcanzando unas cotas grotescas difícilmente concebibles. Y esto no ha hecho más que empezar.
Esperemos que Don Francisco Galindo Vélez, el nuevo observador internacional in pectore que acompañará a España para que no se salga del camino marcado por Puigdemont, tenga a bien no trasladarse a nuestro país y aposentarse en La Moncloa. Hay que tener en cuenta que, para aquellos que no son elegidos democráticamente por los propios españoles, siempre podemos recurrir a acomodarlos en el Palacio de El Pardo, donde están más acostumbrados a admitir a jefes de Estado diversos o acompañantes de todo tipo y condición.
Por tanto, este nuevo guía o coaching, como dicen los modernos, supervisará cada decisión del presidente de Gobierno, de sus ministros y del Congreso en general, y modificará aquellas que no convengan al, hasta ahora, huido de la justicia. Es un símbolo de progresismo que un experto en mediar con terroristas y golpistas de repúblicas bolivarianas venga a tratar con gente honrada y cabal, distante de los perfiles delictivos a los que parece estar acostumbrado. Probablemente encuentre a España como un país algo más complejo, tanto histórica como sociológicamente, que los que suele visitar, pero rápidamente nos adaptamos a lo que este ilustre señor requiera.
Menos mal que El Salvador y Colombia llevan ya muchos años de independencia con España, porque sólo nos faltaba otro conflicto internacional más con territorios allende los mares. Y encima con lugareños fiscalizando nuestras decisiones gubernamentales y anulando las que no considere oportunas. Siempre nos queda la esperanza de que Suiza acepte cobrarnos en euros los gastos faraónicos de toda esta parafernalia o, al menos, no nos embarguen las cuentas que pudieran permanecer por allí como forma de pago. Lo que sí cabría recordar, de un histórico catalán como Josep Tarradellas, era aquello de que “lo peor en política es hacer el ridículo”, y seguro que hasta ese nivel nunca llegaremos en nuestro país...¿o ya lo hemos hecho?
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