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La leyenda bíblica de la torre de Babel sitúa el origen de las lenguas en una sola, la lengua primigenia u original de la que proliferaron miles de ellas para confusión del hombre, puesto que no permitía que pudieran comunicarse entre ellos y por tanto dificultaba el entendimiento entre los humanos y sus trabajos conjuntos.
El próximo martes día 19, ese mito se puede convertir en una realidad en el Congreso de los Diputados, al propinar otro “golpe” más a nuestra ya maltrecha Constitución. Si el primero fue el del Tribunal Constitucional, al dar carta de naturaleza al aborto como derecho fundamental, reformando así la doctrina que sobre el derecho a la vida había venido manteniendo el propio Tribunal, ahora es el del Congreso, quien modificando su propio Reglamento, “impone” una interpretación sectaria sobre el uso de las lenguas en la Cámara, sobrepasando lo establecido en el artículo 3 que proclama con toda claridad en su número 1 que el “castellano es la lengua oficial del Estado”, y en su número 2 que “las demás lenguas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas”.
Más allá de lo disparatado que supone que ni en el Parlamento nuestros representantes puedan ya comunicarse y entenderse en un idioma que, según el propio Ministerio de Asuntos Exteriores es la segunda lengua materna del mundo, lo preocupante es el proceso revolucionario en el que la izquierda más radical e independentista está empeñada en llevar a cabo desde las propias instituciones del Estado. Su objetivo es ir desarbolando la Constitución de 1978 siguiendo el método Kaizen: “pequeñas acciones que acaban por producir grandes efectos”.
Si la incomunicación entre los representantes políticos de diferente signo es casi absoluta, no es difícil imaginar que en las sesiones plenarias del Congreso cuando vascos, catalanes y gallegos se expresen en sus propias lenguas, los bostezos, los sudokus y los propios móviles se convertirán en las imágenes más buscadas por los reporteros gráficos. No estaremos tampoco lejos de ver a alguien haciendo ganchillo como hemos contemplado en el Parlamento Europeo. Un paso más para agrandar la brecha entre los ciudadanos y sus representantes.
A la pobre imagen que este gobierno en funciones está ofreciendo en las instituciones europeas, se une el hecho de que durante estos meses estamos ejerciendo la presidencia rotatoria de la Unión. Nos hemos convertido para nuestros socios comunitarios en un Estado políticamente irrelevante en el que solo trasladamos al Parlamento Europeo cuestiones y debates que son ajenos a los intereses europeos, como el caso Rubiales o el intento de oficializar la lengua vasca, gallega y catalana. Esto solo servirá para añadir un peldaño más a nuestro descrédito y a la confusión que ya existe en la torre de Babel europea.
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