La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
E L llamado milagro de Málaga tiene sus pros y sus contras. En la última década, la ciudad ha proyectado con fuerza una identidad propia en España y también internacionalmente. La capital vivió oscurecida durante décadas por el empuje turístico de la costa. Pero supo aprovechar su oportunidad. Se ha asomado al mundo y ha conectado con él. Los museos han servido de enganche. Una brillante operación de marketing, pero de la mano de la cultura que siempre es una gran compañera. Pero lo cierto es que su posicionamiento le ha permitido a los visitantes descubrir, además, otros valores a la urbe.
Y las ciudades cuando triunfan dejan de ser patrimonio de unos pocos, los que residen habitualmente, para formar parte de un acervo mucho más amplio. El que se ha construido con las vivencias de todas aquellas personas que por una u otra razón se sienten ligadas a Málaga gracias al auge de estos últimos años. Y , por tanto, con el derecho a rebelarse si se amenaza un recuerdo que sueñan con recuperar intacto en cuanto se presente la oportunidad de regresar. No es necesario ningún título de la Unesco para que se acrediten esos lazos.
Málaga ya no pertenece sólo a los malagueños. Figura en el imaginario de mucha más gente que, lejos de las batallas diarias locales o de intereses concretos, también pueden aportar luz desde una distancia que les permite más sosiego en un debate que, por otra parte, nunca ha existido ni se ha permitido oficialmente en este territorio. Algo tan sentimental como el cambio de un horizonte, acaba de suscitar la reacción de unos trescientos cualificados representantes de muy diversas ramas de la cultura en España. Han suscrito un manifiesto en contra de la construcción de la torre a la entrada del puerto de Málaga.
Ese edificio supondría "un atentado paisajístico que causaría un impacto irreparable en la imagen de la ciudad", defienden los firmantes de esta plataforma. Puede ser una batalla perdida en una ciudad que, en general, se ha mostrado indolente con su pasado y tampoco reacciona ante su futuro. Sus habitantes ya sienten suficientemente pagados con la suerte de disfrutar de sus calles. Y luego está esa atracción por las alturas desde la década de los 70, pese al fiasco de los inmuebles de la Malagueta. Y ahora ese anhelo, que puede verse cumplido, quiere cuajar en el espacio más inapropiado. Paradojas de la vida, cuando las autoridades se afanan porque Málaga acoja en 2027 una exposición internacional que debe girar sobre la sostenibilidad ambiental.
La pandemia debe ocupar ahora todos los esfuerzos. Pero cuando se despeje el panorama encontrarnos con los trámites consumados para levantar esa torre no supondría el horizonte más prometedor
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