La ese de la tortilla de patatas

31 de mayo 2021 - 01:36

No sé hasta qué edad, pero pasó tiempo, pensé que Franco era una aberración de la naturaleza. Que nació endemoniado y, de pronto, en un arrebato de enajenación mental, secuestró España y la sumió en su gran error histórico. Bueno, realmente la secuestró y creo (y espero) que me moriré sin conocer a un español más dañino para este país que él. Pero antes habría un bebé de sonrisa pegadiza. Un niño que regalaba besos y abrazos. Un joven que lloraría por amor. Nada justifica aquel atentado a la libertad de millones de personas, aunque no se puede dejar de desligar esa etapa de esta España de bandos y bandazos.

Seguramente, Franco fue el culmen de este cainismo nuestro. Y que allí en Ferrol creamos nuestro propio Frankenstein (¿Francostein?). Todo lo que leo de la historia de España y todo lo que surge sigue trazando rayas en el suelo. Moros y cristianos, Castilla y Aragón, izquierda y derecha. Podemos y Vox. Y el futuro, que sigue escupiendo mentalidades radicales, no consuela.

Lo irónico de todo esto es que el pensamiento me sobrevino el viernes por la noche, viendo las calles de Málaga atestadas. Restaurantes hasta la bandera, colas en la discoteca, gente encima de la gente. Una puerta de liberación tras meses muy difíciles, un prólogo de la vuelta de normalidad. Aunque más que brotes verdes, yo lo que veo es un Jumanji de las pasiones. Y en ese marco de volver a hacer lo que nos dé la gana, veo el riesgo de que siga creciendo la confusión entre libertad de expresión y libertinaje de expresión. Las redes sociales y las nuevas corrientes de expresión con Youtube o Twitch incentivan el pensamiento egoísta, tener mi propio canal para que todo el mundo me oiga a mí. Todo nos empuja a ese peligro de hablar más de lo que se escucha, a escribir más de lo que se lee.

Me da que España no sabe vivir sin esa ambivalencia siamesa de que lo que más nos une es lo bien que se nos da alejarnos. Sin esa contradicción de que en el extranjero nos ponderen por nuestro carácter abierto y lo cosmopolita que somos pero luego estemos a la gresca entre nosotros. Quizá como pasa en las familias más icónicas, nuestra esencia y nuestra forma de funcionar sea esa.

Me temo que durante la pospandemia y muchos años más seguiremos siendo ese país más pendiente de censurar acentos que la falta de tildes. Me queda claro hasta en la tortilla de patatas, bandera de lo español: mientras en el sur nos empeñamos en ponerle la ese, de Despeñaperros para arriba se la quitan los mismos que luego nos afean que no se la añadamos a las demás palabras.

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