El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
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La escuálida mayoría del PSOE, sus socios y sus aliados acordó suspender la sesión plenaria del Congreso de los Diputados y otras actividades parlamentarias en señal de luto y solidaridad con los afectados por la tragedia valenciana. Todo suspendido menos la reforma de la ley de RTVE. O lo que es lo mismo: se puede aplazar todo excepto el reparto de sillones en la radio y la televisión públicas.
No se sabe si esta maniobra ha sido más indignante que torpe. Es indignante y desvergonzado romper la unanimidad de los diputados en un gesto puramente humanitario de empatía con las víctimas de la mayor tragedia en varias décadas por sacar adelante una reforma legal para compartir con socios y cómplices el control de RTVE. Y es torpísimo hacerlo en ese momento y circunstancia. Idéntica reforma con idéntico botín podían haberse perpetrado dentro de una semana. ¿Por qué tantas prisas? ¿Sólo por conseguir una mínima victoria parlamentaria después de tantas derrotas y engrasar los pactos para los Presupuestos, que es el auténtico objetivo? La verdad, no se entiende.
El portavoz socialista, Patxi López, tan patán intelectual como jactancioso político, pretendió justificarse con la consabida media verdad: somos legisladores y lo que hemos hecho es legislar. Ahora bien, la Constitución establece (artículo 66) que las Cortes Generales ejercen la potestad legislativa del Estado, sí, pero también controlan la acción del Gobierno, precisamente lo que estaba en el orden del día del pleno suspendido. El ministro para la Transformación Digital –y la Oposición a la Oposición–, Óscar López, aseguró que con esta reforma RTVE iba a tener el Consejo de Administración más plural de su historia. No hay más que verlo, en efecto: los cargos se los reparten seis partidos, pero se quedan fuera el primero y el tercero más votados. Salvo excepciones, los integrantes del nuevo consejo no cumplen la ley, que exige que sean profesionales de reconocido prestigio, y sus currículos están más relacionados con los partidos que los designan, y premian, que con su trabajo previo en radio o en televisión. Salvo excepciones, ya digo.
La intervención de RTVE por los representantes de menos de la mitad de España podría haber esperado unos días sin necesidad de romper el momento de unidad institucional que Valencia exigía. Lo podía haber evitado una presidenta del Congreso que no fuera la perrita faldera de Sánchez.
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