Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
La ciudad y los días
La única tarea de los políticos “profesionales” es el buen gobierno de los estados a través de la eficaz y honrada gestión de los asuntos públicos. Y su único objetivo es el bien público, es decir, el de los ciudadanos. La mala política, que es la que padecemos ahora tanto en lo que se refiere al Gobierno cautivo de sus apoyos y pactos como a la oposición, se desentiende del buen gobierno, de la gestión eficaz y honrada de los asuntos públicos, y por lo tanto del bienestar de los ciudadanos.
Se ha utilizado muchas veces el teatro como alegoría de la nación. Así lo hago ahora, recurriendo a la ópera. Los políticos son el equipo administrativo, técnico y artístico que hace posible el correcto funcionamiento del teatro con la mejor gestión, programación y atención a los espectadores, desde el director general, el artístico y el musical a los taquilleros y acomodadores, pasando por los músicos y los cantantes. Los ciudadanos son el público (ojo: no como sujeto pasivo sino activo, sancionando el éxito o el fracaso y a la larga determinando la programación al comprar o no entradas –las taquillas son las urnas en la que el público vota– y aplaudiendo o silbando la representación). El libreto y la partitura, invariables siempre, son la Constitución. La tarea de los políticos es su correcta interpretación a través de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Interpretando el libreto y la partitura constitucional, pero sin permitirse alterarlos con morcillas o nuevas orquestaciones y por supuesto sin desafinar.
Se pueden llevar tan mal como quieran los responsables del teatro, el director con los músicos o los cantantes entre sí. Pero no hasta el punto, como sucede ahora, de poner sus broncas por encima del bien común y arruinar la función. O para convertir la tragedia en el esperpento que la especialista en Valle-Inclán Margarita Santos Zas define así: “Detrás de lo bufo, lo grotesco, lo cómico y lo absurdo se vislumbra siempre una situación dramática. Esa frontera indecisa entre tragedia y farsa es el armazón sobre el que se construye el esperpento. La tragedia de España se convierte en espectáculo inquietante pero cómico. Todos los elementos del esperpento sirven para proyectar “toda la vida miserable de España” (Luces de Bohemia)”. Así estamos. Y por desgracia no sin graves problemas que solucionar y recientes tragedias que atender tras no haber sabido afrontarlas.
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