Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Universidades
Lo peor de la vuelta a la presidencia de Estados Unidos de Donald Trump es tener que soportarle a él y a su personaje. Es cualquier cosa menos un líder encantador y mucho menos divertido. De hecho, no deja de asombrarnos que un tipo racista, machista, convicto de varios delitos, uno de los protagonistas y artífices de la posverdad, los bulos y las mentiras en la política, miembro y amigo de la plutocracia, enemigo de las minorías y que ha puesto a la democracia al servicio de sus intereses, haya conseguido volver a ser presidente. Lo peor de todo es que con él se abren, posiblemente, tiempos mejores para los líderes populistas autoritarios como él: Abascal, Bolsonaro, Farage, Meloni, Le Pen, Milei, Orban, Putin y Netanyahu y, por supuesto, a líderes empresariales como Musk.
Este líder mentiroso y arrogante, que se comporta de manera chulesca, que algunos califican con el estilo de un gangster. El actor Robert de Niro, en 2019 cuando estaba en su primer mandato dijo de él en una entrevista: “A la gente le gusta ese tipo de persona proscrita, pero es que ahora tenemos a un aspirante a gángster en la Casa Blanca”. Esa imagen, al parecer, unida a los grupos de rap y de hip hop le ha servido para captar en esta campaña el voto negro y latino. Más allá de los adjetivos, su movimiento MAGA y su slogan que pretende hacer América Grande Otra Vez triunfado. Ha podido el voto del descontento, de la subida de precios y de una clase media que vive peor, aunque la economía en su conjunto vaya mejor y sea uno de los logros del legado de Biden. De algún modo, Trump vende certidumbres inciertas los ciudadanos –bajadas de impuestos, mejora de una economía que está hecha un desastre, acabará con las guerras, etc– pero ha sabido conectar con el malestar de los ciudadanos mejor que Kamala Harris. La candidata demócrata ha sido víctima de un presidente que se ha agarrado a la presidencia hasta el último momento y ha tenido que asumir una candidatura y una campaña en un tiempo muy corto. De algún modo, no ha podido independizarse del legado de Biden y, paradójicamente, no han servido mucho los logros de un buen presidente. Es evidente que no ha sabido conectar con esa clase media descontenta, ni tampoco con el voto latino.
El futuro con Trump no parece muy halagüeño. Volverá a políticas económicas proteccionistas y no le preocupa mucho la OTAN. Además, su posición en contra del cambio climático es suficiente conocida. Esto debería de animar a que se produjera un refuerzo del proyecto europeo. Sin embargo, no olvidemos que hay una Europa dividida y formada por líderes de la derecha radical que conectan con Trump. Esta segunda etapa del trumpismo puede que impliquen cuatro años de buenos tiempos para esta derecha radical también y, por tanto, asistamos a una Europa dividida y escéptica, centrada en la agenda política de la inmigración y los temas favoritos de estos populistas autoritarios.
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