La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
Hace no mucho tiempo aspirábamos a ser viajeros. El viaje era no sólo descubrir lugares y experiencias, era autoconocimiento. Los turistas eran los otros. Hoy, somos todos turistas. En realidad, ahora sólo somos turistas o ciudadanos. Y, precisamente, lo que está empezando a fallar es la relación, hasta ahora cordial, entre unos y otros.
La dimensión del turismo es tal, su masificación, y su impacto sobre las ciudades y entornos a los que afecta que, en efecto, estamos viendo, por primera vez, una cierta disyunción entre turismo y ciudadanía. Salvador Moreno Peralta en lo ha expresado con claridad en su artículo, ‘El turismo y la maldita competitividad”: “En este verano han pasado muchas cosas en el mundo, pero sin duda se recordará por ser la primera vez, tras setenta años de encantamiento, que los españoles se han rebelado contra un turismo de masas que con una mano nos daba de comer al tiempo que con la otra nos vaciaba la despensa”. Algunas de las razones de este fenómeno para el arquitecto malagueño son expuestas con claridad meridiana: “Durante mucho tiempo la industria turística “descubría” un producto, lo reinventaba con un relato y lo lanzaba al mercado sin preocuparse de las consecuencias que sobre los lugares producía su consumo masivo. Si no fuera por la conocida incapacidad para establecer políticas a largo plazo, sería inconcebible que tanto las formas del producto turístico como su incidencia en el territorio no estuvieran incluidas en el mismo paquete, en la misma planificación. O lo están… pero las evaluaciones ambientales de esa incidencia no siempre responden al rigor científico sino a la imposición de un poder burocrático. No cabía ignorar que el fabuloso negocio de los apartamentos turísticos, las VUT (Viviendas de Uso Turístico) y las plataformas p2p, con su irresistible atracción y enorme rentabilidad por la ausencia de intermediación, acabaría eliminando las viviendas de los centros urbanos, expulsando a la población y desatando un espiral inflacionaria que impidiera a sus ciudadanos, sencillamente, poder pagar la vida en su ciudad”. A esto habría que añadir, los cruceristas que se ciernen como miles de consumidores temporales sobre las ciudades y también la competencia entre las ciudades en el mercado turístico global.
Es evidente, que nuestro país es una potencia turística mundial, la segunda del mundo en visitantes después de Francia y que este 2024 se esperan alcanzar los 95 millones de turistas. El fenómeno de la masificación turística es global, afecta a Nueva York, a Florencia, a Venecia, a Roma, a París y a Barcelona. Las protestas que aparecieron este año en Canarias y después se extendieron a Málaga, Baleares o Barcelona, entre otros sitios son un síntoma de como el éxito del turismo viene, muchas veces, sin la preocupación por sus consecuencias. El modelo de sol y playa español ha tenido un enorme éxito, y lo sigue teniendo todavía, si bien ahora la oferta es mucho más diversa y sofisticada. Sin embargo, si queremos una relación civilizada entre turistas y ciudadanos habrá que pensar quizás menos en el número de visitantes y en el gasto que realizan y, como ha sugerido Juan Antonio Pulido, Catedrático de Economía en la Universidad de Jaén en El País, “en que el turismo mejore la calidad de vida de los residentes, por ejemplo repercutiendo en ellos los ingresos de las tasas turísticas, y que los mismos viajeros tengan una mejor experiencia y sean más responsables, apostando por el turista sostenible antes que por el que tiene más capacidad de gasto”. Quizás, haya que buscar políticas turísticas que busquen el equilibrio y que hagan que menos sea más.
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