Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
El cambio climático es una realidad que, a estas alturas, nadie puede negar. Un hecho al que día tras día se suman nuevas evidencias en nuestras playas, campos y ciudades. Algunas ya conocidas. Otras novedosas, como el reciente fenómeno de desplome de los elementos del mobiliario urbano. Una consecuencia de la subida de temperaturas que ha hecho que la realidad supere la ficción de ese chiste de Paco Gandía en el que los barrotes de las rejas de Sevilla se derretían por el calor como plomo fundido. Parecía mentira, pero estos días hemos visto en Málaga como, en sus manifestaciones más leves, el fenómeno ha provocado el desplome de quince grados del semáforo de la calle Puerta del Mar en la esquina con la Alameda Principal y la señal de carril bici que hay a diez metros. Lo que evidencia que la reforma de la Alameda no ha mitigado el efecto de isla de calor. Y eso por no comentar el efecto sobre las papeleras de esa misma calle, a las que la perdida de pie las ha convertido en una réplica del androide R2-D2 que la Málaga Film Office ya debe estar estudiando para traerse a la ciudad la última secuela de Star Wars.
El asunto no es para tomárselo a chufla. Lo mismo que la subida del nivel del mar puede ser mucho mayor de la que esperamos, los fenómenos de recalentamiento urbano pueden tener consecuencias mucho más desastrosas. Algunas ya se han visto e incluso publicado en prensa recientemente y todos hemos visto como la cruz de la plaza San Juan de Dios no pudo soportar el recalentamiento de meninges de los barbaros de turno y cayó al suelo. Quizás los mismos que unos días antes fracasaron en el intento de tumbar la señal de giro de la Plaza de la Merced ante la intervención decidida de los camareros de los bares cercanos.
Y es que el asunto exige la toma de medidas urgentes porque mañana puede ser tarde y las consecuencias, irreversibles. Ya no se trata de un fenómeno nocturno en el que las altas temperaturas impiden el descanso y derriten el hemisferio izquierdo de los cerebros de algunas cabezas poco refrigeradas dejando que el derecho campe a su anchas. Entre la fauna cada vez menos autóctona e invasora que coloniza el centro de la ciudad, ya se han visto casos de guiris (gayumbos con zapatillas y calcetines blancos, blanco y en botella) orinando en la fuente de la plaza de la Merced. Y es que, así las cosas, urge la toma de medidas por la Concejalía de Medioambiente.
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