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El horror de Valencia dejará al descubierto, cuando los muertos hayan sido llorados y las montañas de lodo hayan sido limpiadas, que las estructuras políticas del país hay que revisarlas porque han fallado de forma estrepitosa y han contribuido, habrá que determinar en qué medida, a la magnitud del desastre. No han funcionado y cuando por fin se han dado cuenta y han intentado rectificar era demasiado tarde. En cambio, tenemos una ciudadanía fuerte y solidaria, que ha sido capaz de movilizarse por sus propios medios. El contraste que se ha visto estos días entre políticos inoperantes y paralizados y gente normal que acudía en tropel a ayudar como pudiera es el retrato de un país sumido en una deriva muy preocupante.
Se ha equivocado, y de qué forma, el Gobierno no asumiendo desde el primer momento el control de una situación que claramente desbordaba las capacidades de actuación que tenían las administraciones asentadas en el territorio, la autonómica y la local. Los hechos eran lo suficientemente graves para haber declarado algunos de los estados de excepción que contempla la Constitución y haber actuado en consecuencia. No haberlo hecho ha supuesto, por ejemplo, que el despliegue del Ejército se haya hecho demasiado tarde y que la ayuda a los damnificados haya sido, por este motivo, tremendamente deficiente. El caos ha sido total en medio de una tremenda desesperación. La destrucción y la muerte han campado a sus anchas durante demasiados días. Ha sido el mayor error de Pedro Sánchez en una legislatura pródiga en ellos.
Ha sido un disparate la actuación de la comunidad autónoma y de su presidente, Carlos Mazón. Su resistencia a entregar el mando de las operaciones ha agravado las cosas. Una comunidad autónoma no tiene ni la preparación ni los medios para hacer frente a una catástrofe de la envergadura de la que ha ocurrido en Valencia. Han primado consideraciones de tipo político, ahondadas por el hecho de que el Gobierno regional está en manos del PP y el de la nación del PSOE. La actitud de Mazón deja ver que el Estado de las Autonomías tiene grietas por las que se cuela la incompetencia y que la mezquindad política y la falta de visión nacional degradan la calidad de la democracia.
Ha desbarrado, y no es la primera vez, el líder de la oposición. Alberto Núñez Feijóo intentó abrir un frente al Gobierno con unas declaraciones torpes y extemporáneas en las que quiso rentabilizar una tragedia que tenía a España sobrecogida. Luego reculó, pero ha vuelto a evidenciar que no está a la altura de las circunstancias.
Pero, sobre todo, ha vuelto a comprobarse que la estructura autonómica tiene ventajas evidentes al acercar la administración a los administrados. Pero en situaciones de gravedad sobrevenida, es la Administración central la que tiene preparación y recursos para hacerse cargo de la situación. Se demostró en la pandemia y ha vuelto a quedar trágicamente de relieve estos días. El Estado ha proyectado una imagen de absoluta incompetencia y ello nos da a todos una lección que ojalá sea aprovechada.
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