La esquina
José Aguilar
Una querella por la sanidad
Quizás
Se sentía confundido. Sabía que dudar no estaba de moda y que lo que se llevaba eran las personas decididas, enérgicas, capaces de defender sus ideas con fuerza, sin matices, ni complejo alguno. Pero a nuestro protagonista, quienes así se comportaban le trasmitían más bravuconería que razones y él siempre había deseado habitar en el terreno de la moderación, sabedor de que las verdades absolutas no son patrimonio exclusivo de nadie, y que todos tienen una parte, por mínima que sea, de ella.
Era tolerante y eso lo convertía a ojos de muchos en débil y claudicante porque creía que había que escuchar y hablar con "los otros". Pero a raíz de lo que iba viendo a su alrededor, comenzaba a tener dudas sobre si su manera de ser y pensar era la más eficaz. Recordó el poema de Gabriel Celaya, aquel que cantó Paco Ibáñez y que decía que "la poesía era un arma cargada de futuro"; pero luego se preguntó si con bellas palabras se podía parar a Putin, Ortega, Bolsonaro o Trump. Dudó de que un anciano presidente de EEUU incapaz de convertir las escuelas de su propio país en un territorio seguro y vedado a las armas; fuera capaz de imponerse al matonismo de quien es capaz de invadir un país saltándose todo tipo de amenazas y legalidades. El mundo se había convertido en un ring de boxeo en el que mientras que Occidente consultaba, discutía, votaba y hablaba; tanques y hackers rusos paseaban ya por las ciudades que invadían. Estábamos en plena Tercera Guerra Mundial, la que enfrenta a Occidente con China por el control de los datos de todos nosotros, y sospechaba que tampoco habría partido entre las viejas y placenteras sociedades europeas acostumbradas a una vida de lujo, contra un país con seis veces más población y gobernado dictatorialmente por unos pocos.
Recordó las Guerras del Peloponeso que enfrentaron a la democracia ateniense contra la oligarquía espartana. Ganaron éstos. Ciudades que eran prósperas fueron destruidas y territorios enteros devastados. Aquellas batallas supusieron para Grecia el final de su dorado Siglo V antes de Cristo. La Atenas de Pericles, Esquilo y Sófocles; la de Platón y Aristóteles; la de Fidias, tras ser derrotada nunca volvió a ser lo que fue y desde entonces vive de sus ruinas. A veces creemos que el tiempo se ha detenido con nosotros y que ya nada cambiará. Pero no es así. Los Espartanos continúan avanzando y preocupado se preguntó qué habría que hacer para vencerles, puesto que con no ser como ellos y tener la razón no parecía ser suficiente.
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