Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
¡Oh, Fabio!
No sólo el banderillero de Belmonte. En España, quien no degenera es porque no quiere. Las tertulias de radio y televisión son el último ejemplo. Se han convertido en la red de salvación de no pocos políticos expulsados de la primera línea: Pablo Iglesias, Susana Díaz, Ábalos, Borja Sémper, García-Margallo… Este desembarco es fruto de una premisa: la tierra para quien la trabaja. ¿Quién mejor para hablar de política que aquél que la ha ejercido durante años? Según esta idea, los cocineros serían los más autorizados para contar lo que sucede en los fogones. Gran falsedad. Los mejores escritores gastronómicos de la historia fueron abogados, jueces, periodistas o rentistas de solemnidad. Algunos de ellos apenas sabían freír un huevo, simplemente eran comilones y cultos, gente que conocía la historia del melocotón de la China y el punto exacto que debía tener un entrecot. Pero, sobre todo, sabían contarlo en páginas que aún hoy levantan nuestra admiración y jugos gástricos.
Las tertulias televisivas han sufrido un proceso similar al de la prensa del corazón. En tiempos, cuando en el cuché reinaban Farah Diba y la Condesa de Romanones, todo era un glamour de grandes fiestas de millonarios, aristócratas y sátrapas exiliados. Luego llegaron las princesas del pueblo y todo saltó por los aires. No hay nada más triste que ver a una protagonista de la crónica social saliendo de un adosado de las afueras, mal peinada y peor vestida. En lo que a las tertulias se refiere empezamos con La Clave y hemos acabado con el total descrédito de todo aquel que emita una opinión. Y encima sin poder fumar en los platós.
En toda esta colonización de los políticos de las tertulias catódicas hay una cierta venganza, una devolución de las numerosas visitas que la política ha recibido por parte de los periodistas. ¿Cuántos informadores se pasaron al lado oscuro y cambiaron la cochambrosa silla de la redacción por el mullido escaño o la poltrona? No son pocos. Antes de que el periodismo se llenase de políticos, la política se colmó de periodistas. Al fin y al cabo son dos oficios obsesionados por el poder, aficionados a los restoranes y a disparar con pólvora del Rey. Es decir, son completamente intercambiables. Periodistas y políticos son, a su pesar, hermanos, como las putas y los poetas de Manuel Machado. Es una de las herencias negras de la Transición. Ahora no sólo comparten mesa y mantel en los garitos de moda, sino también nómina y ladridos. Y así de bien nos va a unos y a otros.
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