Una vez metido...

15 de diciembre 2024 - 03:11

Según manifestaba hace unos meses el arquitecto que elaboró el primer proyecto para el hotel en el puerto de Málaga, la nueva propuesta podía tener ciento cincuenta metros de altura, aunque eso no significa que los fuese a tener. Lo que quería decir, por si algún profano no se enteró, que, si ahora les salen las cuentas a los promotores con ciento cuarenta, los tendrá. Situación que ya sospechó más de uno cuando, ante el rechazo ciudadano a la torre, anunciaron un segundo proyecto algo más bajito. De diecinueve metros menos que la propuesta inicial. Pero sin variar la modificación del Plan Especial que les seguía permitiendo construir hasta ciento cincuenta. Con lo que ahora, aprobado definitivamente la modificación del Plan Especial para que tenga cabida el hotel con la altura que desde un principio barajaron, el proyecto crece como lo niños bien alimentados y se encamina hasta su máximo posible. Del que tendremos conocimiento en marzo. Fecha tope e improrrogable para la presentación del proyecto a la administración y que permitirá a sus promotores ponernos en una nueva disyuntiva: o ese proyecto o la nada, el caos y la afrenta a la familia real catarí y al Pritzker autor del mismo. Lentejas, las comes y si no, las dejas. No había que ser un experto urbanista para haberse dado cuenta de lo que va a pasar: el hotel tendrá el tamaño con el que le salgan los números al fondo inversor. Y les amparará la propia norma que hemos aprobado a su medida.

Así las cosas, se demuestra una vez más que la Málaga innovadora no deja de innovar. Si con la última propuesta de 2016 consolidamos el concepto de edificio mueble –capaz de cambiar de puerto y ubicación dentro del mismo según sople el viento y superador de la tradicional concepción del edifico inmueble, inamovible–, ahora aportamos la idea del edificio chicle, que crece o disminuye según sean las pompas que haga el inversor.

Conocedor del rico refranero español, el profesor Shameless presenta como característica esencial de los peores especímenes políticos, e independiente de su nacionalidad, la capacidad de compromiso conforme al célebre adagio: el español promete y promete hasta que la mete, y una vez metido, se olvidó lo prometido. Y del comportamiento de un pueblo ciego porque no quiere ver, el célebre “don Juan, don Juan, la puntita, nada más”. Ambos recogidos en la traducción al árabe de su magna obra.

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