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Rafael Sánchez Saus
Zuckerberg canta
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Siempre me ha parecido algo cuando menos chocante que los hombres más ricos del mundo sean a la vez apóstoles encendidos de las ideologías más a la izquierda, impulsores en sus propias compañías, y a través de ellas en todo el mundo, de las mamarrachadas woke por las que se desangra Occidente hasta convertirse en un fantasma, sombra de sí mismo. Los Gates, Zuckerberg, Bezos, Buffet, en su momento también Musk, en otro nivel plutocrático Soros, y tantos y tantos milmillonarios, han influido extraordinariamente en la deriva progre de la que solo lentamente, y tras la penosa constatación de sus efectos sociales, parece que empezamos a salir. ¿A qué se debe esa alianza del capitalismo más avanzado con las ideologías neomarxistas? Hace algún tiempo pude hacer esta pregunta a un responsable de la fundación conservadora norteamericana Heritage, pues en Estados Unidos es donde más se sufren las consecuencias de esta alianza contra natura: la razón última, me dijo, sería la común apuesta por el globalismo y el común interés en erosionar las raíces culturales de las naciones occidentales. El globalismo es indispensable para la expansión del negocio multinacional, la subversión cultural que lo sustenta para el predominio de las ideologías disolventes. Otras explicaciones, más psicologistas o cínicas, apuntan a la necesidad de las grandes fortunas de sentirse impulsoras de un mundo más igualitario o de comprar la benevolencia de los medios y gobiernos de izquierdas hacia sus imperios. De los de derecha clásica saben que nada tienen que temer.
Sería una gran noticia para el mundo que esa sensibilidad o estrategia pudiera estar cambiando. En estas últimas semanas, a raíz del triunfo de Donald Trump, algunas grandes corporaciones entre las más destacadas por su apuesta woke, como la Disney, parecen haber dado un giro. El más llamativo, el protagonizado por Mark Zuckerberg al anunciar que Facebook e Instagram pondrán fin al programa de verificación de datos, impuesto desde 2016, que había generado la censura de contenidos que no infringían ninguna ley, pero representaban opiniones e ideas enfrentadas con lo políticamente correcto. Millones de usuarios de esas redes sociales —todos conocemos a algunos— se han visto afectados en su libertad de expresión, al tiempo que se favorecía el discurso progre. Todo esto, reconocido explícitamente por el propio Zuckerberg, representa un cataclismo cuyos efectos comenzarán pronto a notarse. Y no solo en las redes sociales.
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